«Llevaba unos cuantos años viviendo en una burbuja», confesó el escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro en la tradicional lectura que ofrece el premio Nobel de Literatura en las vísperas de la entrega de los premios en Estocolmo. «No había sido capaz de percatarme de la frustración y las preocupaciones de mucha gente a mi alrededor» reconoció en un discurso autocrítico en lo personal y crítico en lo colectivo. Ante el final de los ideales de su generación, la del «optimismo», poco margen de esperanza dejó sobre el presente los nuevos tiempos de «divisiones peligrosamente crecientes». «Si pretendemos tener un papel relevante en este futuro incierto, si pretendemos obtener lo mejor de los escritores de hoy y del mañana creo que debemos ampliar nuestra diversidad», planteó Ishiguro en la conclusión de su discurso. En primer lugar, «ampliar nuestro mundo literario para incorporar muchas más voces procedentes de más allá de las zonas de confort de las elitistas culturas del primer mundo». Y en segundo lugar, «no resultar en exceso estrechos o conservadores en nuestra definición de lo que es la buena literatura», aceptando con la «mente abierta» las creaciones de las nuevas generaciónes que «llegarán con todo tipo de nuevos y en ocasiones desconcertantes modos de contar historias importantes y maravillosas» indicó el Nobel de literatura.

«El año 2016, marcado por sorprendentes -y para mí deprimentes- acontecimientos políticos en Europa y en Estados Unidos, y de nauseabundos actos de terrorismo por todo el planeta, me obligó a admitir que el imparable avance de los valores liberales que había dado por garantizado desde mi infancia podría haber sido una mera ilusión», lamentó. Tras la «autocomplacencia y las oportunidades perdidas» en la época que surgió tras la caída del muro de Berlín, se ha llegado a un presente «en el que proliferan ideologías de ultraderecha y nacionalismos tribales» y en el que «el racismo, tanto en sus formas tradicionales como en sus versiones modernizadas y maquilladas, vuelve a ir en aumento, revolviéndose bajo nuestras civilizadas calles como un monstruo que despierta».

Ishiguro, no obstante, ha inició su conferencia con un largo recorrido a su biografía, desde que llegó con cinco años al Reino Unido con una familia que pensaba volver al cabo del año pero no regresó nunca. El escritor repasó también los inesperados momentos de iluminación que marcaron cada giro de su carrera literaria: el descubrimiento de que su Japón era tan solo una construcción imaginaria que debía dejar por escrito antes de que se desvaneciese.