DESERTORES DE DIOS

AUTOR Francisco Javier Aguirre

EDITORIAL Nuevos Rumbos

PÁGINAS 222

PRECIO 20 u

La reflexión sobre la religión no puede hacerse desde dentro de la razón, sino en sus límites. Esta intuición de Habermas atraviesa la novela Desertores de Dios, de Javier Aguirre, de principio a fin. La historia del lego Luis Murillo, jardinero en un convento del norte de España, que llega a la vejez acosado por el miedo, el dolor, la culpa y la duda, nos muestra con crudeza la condición humana, rehén de los delirios mentales propios y ajenos, con la religión en este caso como la herramienta legitimadora de cualquier abuso y el silencio del más allá por toda respuesta, tomada interesadamente como cómplice.

Trotsky escribió que la vejez es la cosa más inesperada de todas las que le suceden al hombre. Y Luis Murillo, en vísperas de cumplir los 65 años recibe horrorizado la noticia que su madre octogenaria le ha dejado escrita antes de morir. Su verdadero padre es un fraile vasco de su congregación, el padre Mario, fusilado en la guerra civil por los franquistas y cuya causa de beatificación está prácticamente concluida. Desde la profunda confusión sobre qué hacer, si revelar a sus superiores el supuesto sacrilegio de quien va a subir a los altares o respetar la confidencia de la madre muerta, como un secreto de confesión. Y desde la culpa personal por haber él mismo engendrado hace años a una hija sin haber sido absuelto, Luis Murillo repasa mentalmente su vida en el transcurso de una hora santa nocturna.

SECRETO SOBRE EL PADRE En esa hora-vida discurre la novela. Siempre la mirada aterrorizante del superior, que quizá sabe también el secreto sobre su padre, la amenaza solapada, la pobreza espiritual que lo impregna todo y le asfixia como el humo del incienso, y el ojo que le acecha desde el centro de la custodia. Por otra parte, existen mil intereses creados que le ponen en escena sin quererlo. La prensa que indaga sobornos de políticos para lograr un santo separatista, la porfía del prior para lograr de Roma un episcopado para sí mismo, aprovechando la causa del padre Mario; el misterioso elixir que le ha dado a beber al lego poco antes de entrar en la capilla y que le está mareando, sin contar el dolor insufrible en las rodillas.

Es una hora santa de meditación, pero Luis Murillo aprendió que es un error meditar usando la mente, en lugar de abandonarse y dejar que fluya la vida y le atraviese a uno. Por ello deja que desfilen ante él sus lejanos años como apostólico, los compañeros forzados a elegir tempranamente entre el seminario o las ovejas, la amenaza continua con el infierno y la prohibición absoluta de pensar en las chicas. Javier Aguirre va llenando las páginas de reflexiones, como la de que "dan al tema del sexo más importancia que la que tiene y desenfocan su vida a consecuencia de ello". Los subterfugios compensatorios son de sobra conocidos.

La sorpresa de este libro es que, de asistir a la aniquilación moral y mental de un pobre hombre miedoso, incapaz de enfrentarse ni a una mosca, va el lector notando de una manera difusa al principio, pero cada vez más clara, de que el fraile Luis Murillo tiene una entraña de coraje y de crítica suficientes como para sobreponerse, para dar a su vida un sentido de búsqueda infinita, de duda constante y en la dirección de las preguntas, en lugar de acomodarse a las respuestas.

Luis Murillo es un hombre entero, situado en la vida en unas condiciones de banalidad tremenda. Conforme se agiganta su figura, se empequeñece el entorno, plagado de oropeles y delirios, de mentiras y fariseísmos, de falsas certezas y de miedo. Desertores de Dios es una gran novela, que arroja mucha luz sobre la condición humana, y su capacidad para encarnar tanto lo absurdo como lo sublime.

CLARIDAD Y RITMO Está dotada de brío, de claridad y de ritmo, con guiños literarios a la mejor narrativa española del siglo XX (La colmena, por ejemplo) y en la que las piezas dispersas van engarzando inesperadamente, en tanto se entrecruzan intuiciones y reflexiones propias de un autor cultivado, atento a la música del tiempo y al rumor de las cosas pequeñas. Pero la gran virtud de Desertores de Dios es que nos explica mucho más que el mundo cerrado de un convento a lo largo de medio siglo. Esta novela es una metáfora del presente, y refleja el aire asfixiante de un mundo globalizado en el que la religión es el dinero controlado irresponsablemente por pocos, que se valen de los foros exclusivos como liturgias, los palacios de la bolsa y los edificios faraónicos como templos y una jerga que sólo parecen entender ellos. Y, como base de todo el tinglado, el miedo, la culpa, el dolor y la duda que inoculan a diario en los individuos. La manipulación progresiva de sus mentes, la apropiación de la conciencia general para intentar que hasta los más pobres se sientan fieles cómplices de la patraña general. Desertores de Dios invita a la resistencia, a la rebelión, aunque sea desde el fuero interno, desde el ejemplo humilde y grandioso de Luis Murillo.