Tras el éxito de su primera novela, Intemperie, Jesús Carrasco presentó ayer en Zaragoza La tierra que pisamos (Seix Barral) con la que ha ganado el Premio de Literatura de la Unión Europea 2016.

--Esta es una novela poliédrica, compleja, ¿cómo surge y cómo ha sido el proceso de escritura?

--Tengo un interés por el entorno, por la naturaleza, por la tierra, por la identidad asociada al territorio. Un día trabajando en una huerta en Sevilla tuve una sensación de mucho bienestar y afloró esa posible novela que estaba dentro de mí. Todo lo que sucede en la novela es una arquitectura que está puesta al servicio de esta primera intuición que es querer contar cómo es la relación del hombre con la tierra.

--¿Cómo es el vínculo del hombre con la naturaleza?

--Se transforma. Ha dejado de ser esencial como lo era hasta hace poco, porque la mayor parte de la población trabajaba ligada al campo. Creo que ahora podemos establecer vínculos fuertes con el lugar que hemos elegido para vivir, no aquel en el que hemos nacido.

--Aunque el marco teórico sea ficticio, sí recuerda a muchos acontecimientos reales del siglo XX. Hábleme de ese imperio delque habla en la novela.

--Ese contexto político sobre el que la novela se dibuja es una consecuencia de la necesidad de investigar sobre el vínculo del hombre y la tierra. Necesitaba una tierra ocupada, invadida, y que fuera en Extremadura. No me podía agarrar a un episodio real y me inventé esa historia. No quería hacer historia ficción generando una nueva nación, quería que fuera reconocible y para ello he superpuesto episodios de la historia pero ninguno nombrado, para intentar generar un imperio como concepto.

--¿Qué interpretación se puede hacer de esta novela desde la actualidad?

--Que la historia se repite. De hecho, últimamente en Europa estamos viviendo un momento que recuerda mucho a mediados del siglo XX, salvando las distancias. Vuelven conceptos como la deportación, los refugiados en masa, las alambradas, los saludos fascistas en algunas ciudades europeas. Esta novela que no es futurista, si acaso sería retrofuturista, recoge toda esa circularidad. Habla de un posible pasado que podría repetirse.

--También trata en la novela el concepto de dignidad...

--Me gusta tratarlo desde el punto de vista íntimo, privado. Es un concepto misterioso, no sabría definirlo pero sabría reconocerlo: los que saben mantener la postura cuando las cosas vienen mal dadas, responder con firmeza ante una injusticia, aguantar las inclemencias y tirar para delante. Esa postura ética ante el mundo me parece necesaria. Sin dignidad y sin ética no podemos llegar muy lejos, nos acabaríamos matando los unos a los otros.

--Establece una relación entre dignidad y la capacidad de resilencia del ser humano.

--Hay una relación, no sé quién vive de quién. Pienso en las mujeres que he tenido cerca, que han sostenido la sociedad desde el entorno privado y doméstico sin recibir aplauso ni beneficio social pero aguantando la sociedad, llevándola hacia delante. Esa capacidad de aguantar en lo pequeño es lo que mejor define ese concepto de la resilencia.

--Es una novela de ritmo pausado en un mundo acelerado...

--Sí, tiene que ver con mi forma de ver el mundo. Yo reniego de esa velocidad en la que andamos metidos, participo de ella porque a veces me lleva la corriente pero intento estar prevenido contra esa prisa. Mis narraciones son cadenciosas, detenidas en el detalle y en lo sensorial más que en la acción trepidante.