El día de diciembre en que saltó la noticia de que Jimmy Kimmel sería el presentador de la 89ª edición de los Oscar fue también cuando se supo que Molly McNearney, su segunda esposa y una de las guionistas de su late night, esperaba el segundo hijo de la pareja, cuarto para el presentador. Kimmel no dejó pasar la oportunidad de bromear en antena. «Es excitante», dijo. «Presento los Oscar y tuve sexo».

El chiste refleja parte del estilo Kimmel, una de las estrellas de ese mundo particular dentro del universo audiovisual estadounidense que es el late night, donde este hijo de Brooklyn criado en Las Vegas lleva instalado 14 de sus 49 años. Logró dar el salto al mainstream con el fichaje por ABC pese a que su currículo televisivo incluía un programa de Comedy Central donde el machismo se respiraba en algo más que en el título (The Man Show). Kimmel, un narcoléptico que toca el clarinete y es adicto a los libros de recetas, tiene un aire de persona corriente, sin ese tufillo elitista que desprenden algunas otras estrellas de la televisión y de Hollywood.

No es el más político de los presentadores nocturnos, pero tampoco el más moderado ni el más políticamente correcto. Sabe que la sensibilidad no es su punto fuerte y aunque entiende que quizá algunos temas sean intocables, confiesa que el material arriesgado le excita. Por ejemplo, en la presentación de los Emmys, en septiembre, abrió con una broma en la que anunció que quien salía al escenario era Bill Cosby, el icono negro caído por las acusaciones de abuso sexual. Los asistentes se quedaron casi petrificados, sin saber cómo reaccionar. Y Kimmel ha dicho que observar esa parálisis fue su parte favorita del show.