Miedo es la palabra que más escucho en los últimos tiempos. El miedo a la situación social, a la decrepitud política, el miedo como moneda de cambio de futuro, el miedo a uno mismo, a lo que nos rodea, a tu vecino, a no despertar al día siguiente, a no llegar a fin de mes, el miedo a Hacienda, a enfermar, a crecer... Hay un miedo para todo y mientras, la vida continua, sin saber como. A veces resulta milagroso, casualidad, suerte dirán algunos o simple sentido de la supervivencia.

No dejarse doblegar, resistir es vencer y toda esa palabrería. Bla, bla, bla, como dicen en esa obra de arte del cine europeo llamada La gran belleza. El tiempo termina por doblegarnos y llega el miedo a la muerte, física por supuesto, se baja el telón y a otra cosa.

Solo nos faltaba añadir el miedo escénico a tanto miedo. El miedo máximo de todos los días si la vida es un teatro donde todos interpretamos un papel.

Resulta que quienes interpretan los sentimientos o viven la vida de los otros en un escenario o en un plató o en una cancha ¡¡¡tienen miedo!!!

Y los paganos, los que compran la entrada a un espectáculo para olvidarse por un momento de sus propios miedos, le señalan con el dedo y se sorprenden de que él, el encargado de transmitir sensaciones vitales es humano, como ellos.

Qué chasco. Les sorprende que en un momento culminante de la obra se plante y no pueda continuar.

El apuntador se lleva las manos a la cabeza, el empresario se pone nervioso e intenta capear el temporal, la compañía piensa en lo que va a dejar de facturar, porque en el fondo a todos les importa una mierda lo que le pasa por la cabeza al actor principal.

Después de tantos años de éxito y aplauso, se han olvidado de que es humano. Y que le puede pasar. Va y la jode en el mejor momento, le recriminan, justo cuando llegan los bises que siempre ha regalado por obligada generosidad artística, es colgado del Olimpo y lanzado al patio de butacas como un saco de arena.

El público es voluble, es exigente, es como un niño con zapatos nuevos. Tu vida vale el precio de una entrada, eso piensan algunos, otros se consideran con el derecho de decidir como debe ser tu vida, tu obra, tu novia y, en el peor de los casos, hay quien cree que le perteneces y termina pegándote un tiro en la puerta de tu casa cuando vuelves de sacar al perro a pasear.

Que aún no soy yo

Un día después de 19 días y 500 noches te plantas y dices se acabó. Miras alrededor y piensas en quien te rodea, en quien piensa en ti y te ves solo, jodidamente solo, da igual que sea una habitación de hotel o delante de 10.000 personas, sientes un cansancio milenario y se enciende una lucecita que va diciéndote: "Que no soy yo, que aún no soy yo", como en aquella canción de Joan Baptista Humet. Y por fin piensas en ti.

Le llamarán miedo escénico, pero no te engañes, es otra cosa.