Volvió el jueves Kroke a Zaragoza y el trío que toma su nombre del de ciudad polaca de Cracovia (escrito en yiddish) revalidó anteriores presencias ante un público entusiasta que siente y aprecia esa especie de palimpsesto sonoro que es la música de Tomasz Kukurba (viola y voz), Jerzy Bawol (acordeón) y Tomasz Lato (contrabajo). Kroke, que comenzó como un combo de música klezmer más o menos puesta al día, ha ido armando en su ya dilatada trayectoria una propuesta que bebe tanto del folclore como de la clásica, y tanto del jazz como de la música contemporánea. Súmese a eso un nivel instrumental que aúna con talento técnica y corazón y tendrán una de las formaciones europeas más fascinantes.

El universo musical de Kroke es fascinante porque en él vibran la nostalgia del exilio, el pálpito de la esperanza, la tristeza de la pérdida, el gozo del encuentro y la alegría de la celebración. Y por si fuera poco, el trío se permite en ocasiones sugerentes juegos en los que la ironía hace malabares con el virtuosismo o al revés. El jueves, Kroke, además de alguna propina, ofreció un repertorio de grandes canciones, varias ya instaladas en la memoria colectiva pero que suenan tan frescas e intensas como en su primera escucha. Piezas como Light Darkness, Usual Happiness, Tsigoiner Tants, Janitsa, Time, Eddie... y las más recientes Mirrors y Joy As It Is (2014) y Piosenka y Summer In The Bottle, estas dos últimas procedentes de Traveller, álbum editado en 2017.

Cada concierto de Kroke (y el que nos ocupa no fue una excepción) es un ritual que tiene no poco de catártico; en su devenir descubrimos no solo un extraordinario tránsito musical; también, como diría el personaje central de la película de Angelopoulos La mirada de Ulises, «toda la aventura humana, la historia que no tiene fin». Todo un logro el de estos músicos excepcionales.