"En las cárceles españolas a las mujeres no sólo se las ha castigado por vulnerar una norma penal, sino también se las ha querido corregir, porque se han desviado del rol de la mujer como depositaria de la moral". Elisabet Almeda, profesora de Sociología de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, sostiene en su libro Corregir y Castigar (Ediciones Bellaterra. 2002. 257 páginas) presentado en Zaragoza aborda ese matiz por el que las reclusas sufren, "todavía hoy", una especie de "doble pena, en virtud de esa supuesta doble delincuencia".

Cuando inició su investigación hace ocho años sobre las cárceles de mujeres, Almeda reparó en que "no había ningún estudio profundo de estas instituciones ni en el campo de la sociología ni en el de la criminología". Se trataba, señala la autora, de un tema "invisible". Michel Foucault en su obra Vigilar y castigar no habría distinguido la diferencia de hombres y mujeres tanto en su experiencia corporal como en su relación con las instituciones características de la era moderna.

Esta socióloga catalana, licenciada también en Económicas, observó que para "descubrir" la situación actual de las cárceles femeninas había que ir al pasado" (como Foucault). Su estudio se remonta al siglo XVII con la aparición de las primeras prisiones femeninas, las galeras ideadas por la religiosa sor Magdalena de San Jerónimo, para las malas mujeres y las casas de misericordia aplicadoras de una terapia preventiva contra la inmoralidad.

Y describe cómo en el siglo XVIII comienza a aplicarse el castigo como instrumento de conformación social, "ya que había de servir para que el poder se mantuviera y fuera aceptado no sólo sumisamente, sino también de buen grado".

METER A LA MUJER EN CASA

Elisabet Alameda estudia el paso correccionalista dado en el siglo XIX, hacia la reinserción y finaliza, en una primera parte, con el estudio de las cárceles femeninas durante la dictadura franquista, donde "todo va destinado a la reeducación moral: los cursillos, las actividades de peluquería, de estética, de mantelería, con el rol tradicional como paradigma: volver a meter a la mujer delincuente en casa". La segunda parte se centra en la situación de esas cárceles en la España actual.

La autora concluye que "a lo largo de los siglos ha habido una forma diferente de castigar a los hombres y a las mujeres" y agrega que las cárceles españolas discriminan a las mujeres encarceladas, "no sólamente porque se las trate peor que a los hombres, sino porque el tratamiento es sexista".

Elisabet Almeda ha presentado también en Zaragoza un segundo libro: Mujeres encarceladas (Editorial Ariel, 2003, 206 páginas), que recoge entrevistas mantenidas por ella con reclusas de toda España y que va por la segunda edición. Señala que el índice de encarcelamiento femenino en nuestro país es uno de los más altos de Europa (el 10%), y desde los años 80 el incremento de mujeres reclusas triplica al de hombres.

Se da un 20% de mujeres reclusas no comunitarias, y un 15% total de mujeres gitanas. Aparece un perfil en torno a los 25-35 años, y como causas se encuentran el pequeño tráfico de drogas y el hurto. La mayoría de los casos se trata de cómplices de varones que también se encuentran encarcelados, sufren mucho la separación de sus hijos, y para la mayor parte de ellas la cárcel ha supuesto una ruptura familiar completa.