Bill Nighy (Inglaterra, 1949) ha tenido una relación complicada con el alcohol. Ahora no lo puede (ni debe) ver. Verlo es pensar en el viejo roquero de Love actually. Su papel en La librería, de Isabel Coixet, no puede ser más diferente. Estamos a finales de los años 50 y él es un misántropo que se refugia en los libros. Su vida cambia cuando llega al pueblo una joven viuda y sin hijos (Emily Mortimer) que lucha sola por montar una librería.

-¿Es fácil odiar a los humanos y amar profundamente los libros? -Los misántropos eligen la literatura para escapar de las personas. Pero no sé si mi personaje es un misántropo. Es alguien que piensa que los demás son complicados.

-¿Qué nos aportan los libros?

-La literatura, el cine y el arte son cruciales para el desarrollo del ser humano y el progreso de la civilización. Es verdad que a veces son fuente de movimientos totalitarios o tienen un componente tóxico de patrioterismo. Pero sin ellos, sin la capacidad de respirar a través de ellos, no podríamos vivir.

-La cultura no está entre las prioridades de los gobernantes.

-Yo solo puedo hablar por mí país. Y, efectivamente, está considerada por el Gobierno actual y también por el anterior como algo menor. Debería ser un asunto de salud pública.

-Ha trabajado a las órdenes de Isabel Coixet. Dígame una virtud y un defecto.

-No le voy a contar ningún defecto. Ha hecho un trabajo impecable. Es una directora muy democrática y muy completa que posee un profundo respecto por los actores. Créame, no es el caso de todos los realizadores. La librería es uno de los mejores trabajos que he hecho en mi vida. Y no lo digo por hacer relaciones públicas. Lo digo de corazón.

-¿Fue el nombre de Coixet lo que le atrajo hasta la película?

-Emily Mortimer es muy amiga mía, la admiro profesionalmente. En ese momento yo estaba trabajando con Juan Carlos Medina y me dijo que si tenía la oportunidad de trabajar con Coixet, lo hiciera sin dudar. La librería es la adaptación de una novela de Penelope Fitzgerald que me encanta. Adoro las librerías, son el mejor sitio donde uno puede estar. Cuando viajo, lo primero que hago es preguntar dónde hay librerías independientes.

-No hay muchas ahora mismo.

-Ya, todo son grandes corporaciones. Melbourne es la ciudad donde más me he encontrado.

-Comprar libros por internet le debe de parece un horror.

-Nunca compro nada online. No tengo ni ordenador.

-¿Tampoco móvil?

-Sí, eso sí. Alguien me dio una vez una tablet, pero se la regalé a mi hija. Están tratando de matar los libros, pero no lo han conseguido. Tampoco han podido con el vinilo. En un momento de La librería, el personaje de Mortimer huele el libro. Yo también lo suelo hacer.

-¿Le siguen preguntando mucho por Love actually?

-Unas 15 veces al día.

-¿Y qué tal lo lleva?

-Me gusta. Love actually fue una experiencia magnífica e hizo posible muchas otras cosas. Mucha gente me dice por la calle: “Chavales, no compréis drogas”.

-Si la protagonista de La librería hubiera sido un hombre en lugar de una mujer, ¿lo habría tenido más fácil?

-Casi con toda seguridad. Y es algo que aún sucede en el siglo XXI. Es terrible.