Los últimos meses han sido especialmente convulsos para el cineasta israelí Samuel Maoz (Tel-Aviv,1962). Por un lado, ha recibido premios por todo el mundo y especialmente en su país; por otro, ha sido recibido duras críticas de líderes políticos y hasta amenazas por e-mail. Y todo a causa de su segunda película, Foxtrot, una tragedia en tres actos llenos de realismo y surrealismo y melodrama y humor y terror, en la que, a partir de la muerte de un joven soldado, reflexiona sobre las miserias del Ejército de su país y el absurdo de la vida militar. El director se sentó con EL PERIÓDICO durante el pasado Festival de Macao para hablar de traumas colectivos, autocríticas necesarias y metafóricos pasos de baile.

-Su primera película, ‘Líbano’ (2009), se basó en su experiencia como artillero de un tanque durante la guerra del Líbano de 1982. ¿En qué medida es ‘Foxtrot’ también producto de sus años en el Ejército?

-La guerra me dejó heridas incurables, no tiene sentido negarlo. Y hacer Líbano me ayudó a procesar la sensación que haber quitado vidas me provoca. Tras su estreno, muchos israelís que sufrían el trastorno de estrés postraumático me contaron sus historias, y entonces comprendí que no estaba solo, que mi dolor y mi sentimiento de culpa son un mal colectivo. Sí, también de ahí viene Foxtrot.

-La película ha sido duramente criticada por la ministra de Cultura israelí, Miri Regev. ¿Cuáles son sus motivos?

-Más o menos vino a decir que Foxtrot era un intento de destruir Israel. Y lo más absurdo de todo es que la atacó sin haberla visto. Si ella fuera una persona más leída, sabría en qué consiste una metáfora. Y sabría que el arte a menudo radicaliza la realidad con el fin de generar discusiones y diálogo. Sus ataques no hicieron más que confirmar la validez del mensaje de la película.

-¿En qué sentido?

-Porque Foxtrot trata de mostrar cómo la sociedad israelí prefiere enterrar la verdad en el fango que enfrentarse a ella, y eso es precisamente lo que impide que avancemos. Por eso usé como metáfora el foxtrot, que es un baile en el que das una serie de pasos pero siempre acabas en el punto de partida. El pueblo israelí necesita que alguien lo saque de este ciclo que se repite una y otra vez.

-Ese alguien son los líderes políticos, claro.

-Claro. Pero no los que tenemos ahora, que se dedican a manipular al pueblo repitiendo eslóganes que no tienen nada que ver con la realidad o la lógica, y que lo único que hacen es echar más sal en nuestra herida. Dicen: «Es necesario que vivamos en un estado militarizado, y que vivamos en un estado de alerta permanente, porque somos una nación en situación de peligro existencial».

-La herida a la que se refiere, el Holocausto, ¿hasta cuándo seguirá abierta?

-Se ha convertido en el ADN del país. La identidad de Israel se define por el Holocausto, y por el trauma derivado de él. Nunca sanará porque la élite política no quiere que lo haga. Porque el Holocausto les sirve para seguir presentando a los israelís como si fueran las víctimas, y ese victimismo seguirá enquistado en nuestra sociedad. Yo, sin ir más lejos, he pasado toda mi vida aplastado por él.

-¿Por qué lo dice?

-Nuestros profesores, nuestros padres, habían experimentado la peor barbarie de la historia de la humanidad, y se pasaban el día enseñando los números que tenían tatuados en los brazos y gritándonos que ellos habían sufrido el Holocausto, y que por lo tanto nosotros no éramos nadie para quejarnos. Si yo sacaba un 7 en un examen en lugar de un 10, mi madre me decía: «¿Para esto sobreviví yo al Holocausto?». Y cuando volvías de la guerra sano y salvo y te atrevías a expresar un dolor interior, entonces te decían: «Deja de lloriquear, nosotros sufrimos el Holocausto».

-¿Y cómo le han afectado los ataques del Gobierno?

-Ha sido muy duro. Me han escrito correos en los que me decían que me estaban esperando fuera de casa, y que cuando saliera me dejarían ciego para que no pudiera hacer películas. Me han amenazado diciendo que mi hija es muy bella pero pronto dejará de serlo. No entienden que si critico a mi país es porque lo amo con locura, y por eso me duele tanto verlo así.