Siempre es muy difícil clasificar las novelas de Antonio Orejudo (Madrid, 1963), un escritor que debería ser reconocido como uno de los más originales de la novelística española actual, porque sus obras parecen a apuntar hacia una dirección y a medio camino, y sin que el lector apenas se dé cuenta, empiezan a mutar (no una, sino varias veces) hasta llevarle a un lugar desconocido y todo ello con la más absoluta ligereza. Con Los Cinco y yo (Tusquets) lo que empieza como una memoria o relato de formación personal acaba transformado en un juego de cajas chinas en el que la ficción se convierte en algo tan real como la vida y la vida, en una pura fantasía.

-El libro muestra el deslumbramiento que las novelas de Enid Blyton le produjeron de niño.

-De hecho no era consciente de que estaba leyendo, yo vivía en aquellas novelas. Acababa aquellos libros extenuado, como si me hubiera metido en todas las cuevas y perseguido a todos los criminales. No es muy distinto de lo que muchos adolescentes experimentan con los videojuegos.

-Es una manera muy quijotesca de leer: creerse de verdad lo que está en el papel.

-Sí, pero eso se pierde enseguida. Con el tiempo empiezas a tener consciencia de que existe un autor y acabas incluso queriendo convertirte en uno. Entonces me pregunté qué habría sido de aquellos chicos.

-Dice que leer a los Cinco es probablemente uno de los pocos placeres de los nacidos en los 60 que sus hermanos mayores no gozaron.

-Ellos eran más de Verne y de Salgari. A mí me costaba leerlos y era difícil que me pudiera identificar con Sandokan. Después de leer a Blyton, lo siguiente era pedirle a mi madre pastel de carne o preguntarle qué era la cerveza de jengibre.

-Que sonaba a cosa prohibida y en realidad era ginger ale.

-Pues de eso también va la novela, de pensar que las cosas no son tan guays como creíamos.

-Todavía se le puede reconocer en la foto de la portada, con 12 años en lo alto de un tobogán con los amigos.

-Tres de ellos, y somos seis, murieron de sobredosis en los 80.

-Es sobrecogedor. Y un dato más de cómo las aventuras infantiles pueden convertirse en tragedia.

-Sí, en cierta forma paso lista a mi generación, que es la generación que acabó enganchándose a la heroína, y explico su trayectoria. De la misma manera cuento cómo crecieron los Cinco. El esquema de aquellas novelas era el de unos niños enfrentados a un desorden -los contrabandistas, los maleantes- que ayudaban a restablecer el orden capturando a los malos. Mi idea es que cuando hacemos balance acabamos dándonos cuenta de que el mal no está fuera de nosotros. Ese también es el tema del libro. Cuando se hacen mayores descubren que los malos son ellos.

-También hay un curioso juego entre ficción y realidad.

-Y yo acabo convirtiéndome en personaje y yéndome con los Cinco de paseo por Almería, que es donde vivo. La literatura es el único lugar donde se cumplen los sueños. Ya que no puedo hacerlo en la realidad, me invento una novela.

-Y también una Enid Blyton Fundation que promueve tesis universitarias sobre la autora. Aunque en la realidad esta fuera muy despreciada en los sectores más académicos por su escasa calidad literaria.

-También por sexista y racista, con un interés perpetuo por el dinero. Ahora he vuelto a leer algunos de aquellos libros y es una experiencia sobrecogedora. ¿En manos de quién estábamos de niños? Y no hemos salido tan mal del todo.

-Se ríe del fetichismo literario.

-Me invento que existen una serie de localizaciones a las que los blytonianos acuden religiosamente en el llamado Five Day. Es una pequeña burla a ese fetichismo que aplicado a Joyce tiene mucho prestigio, porque nadie se burla de unos adultos disfrazados que hagan la ruta del Bloomsday.

-En la novela hay un juego especular, está glosando una novela sobre los Cinco que en realidad ha escrito su buen amigo Rafael Reig. Pero el lector no acaba de saber al final si lo que se cuenta está dentro de ese libro o en la realidad.

-Me gusta especialmente esa perplejidad, no estar nunca muy seguro de si lo que ocurre es real o no.

-¿Cómo se ha tomado Reig que le convierta en personaje?

-Él siempre lee lo que yo escribo. El Reig de la novela tiene muy poco que ver con la realidad, porque la vida no tiene mucho argumento.

-¿Por qué el Antonio Orejudo de su novela tiene una sensación de fracaso?

-Tengo una amiga que suele decir que cuando uno cumple 50 da igual que hayas hecho fortuna o que seas feliz en tu matrimonio, porque siempre tienes la sensación de que te has equivocado. Y a ese Antonio Orejudo del libro, que tiene mi misma edad, le ocurre eso. Me apetecía que renunciara a las letras como respuesta a esa consideración sacerdotal de la literatura como templo. Estoy convencido de que se puede dejar de escribir y ser feliz.

-Pero la infelicidad siempre ha sido más productiva.

-Muchas veces me pregunto si hubiéramos disfrutado tanto con la literatura si hubiéramos estado realmente satisfechos con nuestra vida. No ya a los 50, sino a los 12. Quizá yo disfrutaba como un animal con los Cinco porque estaba muy insatisfecho con mi propia vida porque tenía una madre que me sobreprotegía y no me dejaba irme en un bote a una isla desierta. Porque me obligaba a hacer tres horas de digestión antes de meterme en el agua. Yo solo quería zambullirme (un verbo que aprendí en las novelas de Blyton). Por eso me pregunto si la dedicación a la literatura, ya sea como escritor o lector, no tiene alguna relación con la frustración vital.