Dos perros le sueltan a una perra: «Te comeríamos hasta el collar antiparásitos, tía hermosa». Si en lugar de perros fueran humanos, probablemente «habrían acabado en una comisaría». Por suerte para ellos, son perros. «Los perros somos machistas, oigan. Faltaría más. Y a mucha honra». El siempre controvertido Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ama tanto a los canes que los ha convertido en protagonistas y narradores de Los perros duros no bailan (Alfaguara), una novela policiaca corta, seca y rápida que se asoma a un mundo oscuro y cruel: las peleas de animales. Sus páginas están pobladas de policías, narcos, machistas y neonazis. Podrían ser personas, pero no. Son perros.

Pérez-Reverte asegura haber escrito su último libro con ironía y libertad, esa libertad que le permite decir en boca de su perro protagonista cosas como: «Los animales no somos políticamente correctos, estamos a salvo de esa clase de gilipolleces». El creador del mercenario Lorenzo Falcó admite que se ha autoconcendido bula para escribir lo que ha querido. Y admite también que si sus personajes fueran humanos, se le habrían echado encima todos los colectivos.

Además del maltrato a los animales, si hay algo que detesta el creador de Alatriste es el «terrible momento de autocensura» que vivimos; una «moda», dice, nacida en EEUU y que ha desembarcado de lleno en España, donde el miedo a la reacción en las redes sociales ha provocado un ambiente asfixiante. «El día que se callen los periodistas y los columnistas por miedo a ofender a determinados colectivos, estamos muertos. Y me da igual que sean periodistas de derechas o de izquierdas», subraya el escritor, editor y académico, que ha protagonizado sonoras trifulcas en Twitter.

Al que fue reportero de guerra durante 21 años le dan bastante igual sus peleas virtuales. No le afectan. Tiene una carrera tan consolidada que, en su opinión, no le quitan lectores. Algo parecido le ocurre, en su opinión, a Javier Marías. «Pero ¿qué pasa con los jóvenes, los que se están labrando una carrera?», reflexiona. Vivimos unos tiempos, añade, en los que parece que hay que tener un cuidado extremo con lo que se dice. «Todo lo que uno escribe es susceptible de crear conflicto. Se está cortando la lengua a gente necesaria. La libertad es cada vez más difícil. Está siendo casi imposible escribir», subraya.

No cree que hablar de perros machistas sea una revancha contra las trifulcas virtuales que ha tenido con determinados colectivos feministas cuando, por ejemplo, se ha burlado del lenguaje inclusivo. Admite que las perras que campan por las páginas de su último libro son iguales a los perros machos, tan valientes o tan malos como ellos. «Igual que pasa con los seres humanos», añade. Una de las perras de la novela es, precisamente, narcotraficante.

LUCHA POR LAS LIBERTADES / Echa mano de la figura de Espartaco para animar a los españoles a luchar por sus libertades. «No hay libertad que se gane sin lucha. Los jóvenes piensan que todo está ahí, a su disposición, y que todo es gratis. Pero no es verdad. Todo eso ha costado mucha lucha», destaca el miembro de la RAE. «Hoy cualquier imbécil puede decir que es Espartaco, pero ese título no se gana poniendo un tuit», añade, sin dejar muy claro si se refiere a la política catalana o a otra cosa.

Los perros duros no bailan, precisa Pérez-Reverte, no es una novela que cumpla una función social, sino una novela negra. Sin embargo, el autor aprovecha la presentación a la prensa para calificar de «vergüenza» la actual legislación sobre el maltrato animal. «Puedes matar a un perro con un soplete, pero lo máximo que te va a caer es un año de cárcel que no vas a cumplir y una multa que no vas a pagar. Se van de rositas. La ley española es la más infame de Europa», apunta el escritor, dueño de varios perros.

Los perros duros no bailan está protagonizada por canes. Pero sus valores son los mismos que tienen los protagonistas humanos de las novelas de Pérez-Reverte: lealtad, inteligencia y compañerismo. El académico describe un mundo donde hay clemencia para los inocentes y justicia para los culpables. La novela iba a ser mucho más simpática de lo que ha resultado. Finalmente, estamos ante un libro con grandes dosis de crueldad. El motivo es que Pérez-Reverte se asomó al mundo de las peleas de perros y las páginas empezaron a ponerse siniestras. Como la libertad de expresión en España.