En 1991 recibió el Oscar por El silencio de los corderos y su personaje del asesino Hannibal Lecter le convirtió en uno de los malos más malos de la historia del cine. En los años 70 y 80 interpretó varios papeles, pero desde que se puso la careta del criminal su carrera se disparó y además de personajes costumbristas le empezó a encontrar el gusto a eso de ponerse en la piel, hasta sus últimas consecuencias, de hombres de psicología torturada y escabrosa.

Del mayordomo relamido de Lo que queda del día (1993), lo hemos visto engordar para el Nixon (1995) de Oliver Stone, dejarse crecer la melena canosa para La máscara del Zorro (1998) e Instinto (1999), quedarse casi calvo para interpretar a Sobreviendo a Picasso (1996) o ponerse la piel de un vampiro para una campaña protagonizada por varias celebridades sobre la saga Crepúsculo