En junio del 2007, Damien Hirst, el más mediático de todos los artistas contemporáneos británicos, presentó en sociedad una de sus últimas creaciones, una calavera con 8.600 diamantes incrustados titulada For de Love of God (Por el amor de Dios), que supuestamente es lo que exclamó su madre cuando él le mostró la pieza. La obra se vendió por 55 millones de euros, algo más de lo que se pagó en el 2005 por el cuadro Peasant Woman Against a Backdrop of Wheat (1890), de Vincent Van Gogh. ¿Significa esto que Hirst y Van Gogh tienen la misma calidad artística? ¿Qué elementos hacen que una obra de arte sea más codiciada por museos y coleccionistas? El economista Don Thompson intenta dar respuesta a estas preguntas en el libro El tiburón de 12 millones de dólares, que Ariel acaba de publicar en España.

"Cuando alguien compra una obra de un artista reconocido, disfruta no solo de la pieza, sino del hecho de poder enseñarla a sus invitados --explica Don Thompson desde Toronto (Canadá), donde es profesor de la Schulich School de la universidad de York--. Si se trata de un autor caro, sus amigos le reconocerán no solo su gusto estético, sino su olfato y su fortuna. Es como comprar un bolso carísimo de Vuitton: se obtienen gratificaciones sociales, psicológicas y simbólicas que van más allá de la calidad del objeto".

UN AMENO ANECDOTARIO El autor se sumergió durante todo un año en el mercado del arte contemporáneo de Londres y Nueva York para revelar los mecanismos que convierten a un artista en una firma de marca. Pese a estar bañado en cifras millonarias y sesudas declaraciones de coleccionistas, marchantes, galeristas y directores de museo, el libro también es un ameno recopilatorio de anécdotas. ñEl artista más descarado de todos en cuanto a autopromoción fue probablemente Picasso --escribe Don Thompson--. En su primera exposición en la galería de Ambroise Vollard de París presentó retratos de los tres patrocionadores financieros de su exposición".

La madrileña Pilar Ordovás ha sido responsable del departamento europeo de arte contemporáneo de la casa de subastas Christie´s y ahora dirige en Londres las influyentes galerías Gagosian. Fue ella quien, en el 2008, vendió por 22 millones de euros Benefit supervisor sleeping, de Lucien Freud, la pintura más cara de un artista vivo. Ordovás encuentra un hueco entre sus compromisos en la feria de arte de Abu Dhabi para señalar a este diario que "la calidad artística, la procedencia de la obra, su conservación, la demanda sobre el artista y su mercado global" son los principales elementos que contribuyen a fijar el precio del arte.

El marchante Ambroise Vollard le compró a un arruinado Cézanne 250 lienzos a 50 francos cada uno; hoy cuestan entre 2.000 y 3.000 millones de euros.

Las galerías Gagosian pertenecen a Larry Gagosian, el marchante más famoso del mundo, representante de Andy Warhol, Jeff Koons y Damien Hirst, entre otros. Fue él quien vendió el tiburón disecado de Hirst por 12 millones de dólares.

EL DIVIDENDO EMOCIONAL Todos los expertos en arte de alta gama coinciden en que lo principal es cómo afecta la obra al espectador, el "dividendo emocional" como lo llama el representante de Sotheby´s en Madrid, Andrew Montgomery. Esto contrasta con el hecho de que la inmensa mayoría de piezas de arte contemporáneo provoca el rechazo del público.

Pero el dividendo emocional palidece frente a las frías cifras: el mercado del arte contemporáneo mueve 12.000 millones de euros al año; empresas como Artnet ofrecen a los inversores informes sobre la evolución de precios de 4.300 artistas, y florecen los cursos de márketing para creadores. Lo resumió perfectamente Andy Warhol hace más de 50 años: "La mejor obra de arte es un buen negocio".