«Contemplar la trayectoria de la obra de Lina Vila me hace sospechar que sus comienzos se iniciaron el día que por primera vez tuvo en sus manos un lápiz, y con la sencillez de sus tres años comenzó la fase inicial del garabato», escribió José Luis Cano, padre, en el folleto de la primera exposición individual de Lina Vila, que tuvo lugar en la sala del Ayuntamiento de Zuera, en 1992. Acertó ya entonces su profesor al señalar los rasgos que siguen identificando el empeño de Lina Vila (Zaragoza, 1970): «Desde ese día sin saber de jornadas laborales y más tarde ignorando eso de trabajar ocho horas no ha dejado de estudiar, investigar, disciplinar los conceptos y trabajar, todo ello apoyado en una sensibilidad hacia los valores estéticos». Han pasado 26 años y la artista persevera en su aprendizaje. Lee, estudia, investiga, experimenta y enseña, y sigue sin saber qué puede ser eso de trabajar ocho horas al día. No le da la vida. Una de las razones de que la vida sea asunto central de su obra, con lo que eso significa. Según dice Jean-François Chevrier, la elección de la vida como tema principal supone que el relato se forma a partir de un material disociado, flotante, que se pega a la piel. Tal es la adherencia, que los relatos en la obra de Lina Vila se encadenan fértiles como la tinta sobre el papel que los dibuja. En aquella primera individual de 1992, Lina Vila presentó estudios del natural, vistas de paisajes de su entorno y retratos de su abuela Juana Climaca García Gil, acompañada por las figuras protectoras de su madre, María García Gil, y de ella misma. Tres generaciones compartiendo idéntico paisaje físico y emocional.

Fragmentos de vida

En los últimos meses de 2016, realizó la instalación Una mañana más de algún verano configurada con monotipos estampados en tórculo y platos de loza pintada, cuyo montaje, de naturaleza orgánica, formaba un círculo en el que convergía su autorretrato con los rostros de su madre y de su abuela, enredados en escenas privadas de sus vidas. Sobre el tema de la genealogía, Rebecca Solnit advierte que cuanto más lejos llegan las ramas del árbol, más mujeres desaparecen: hermanas, tías, madres, abuelas, bisabuelas. Las madres desaparecen. Una realidad que Lina Vila evidencia cuando protege la figura de su abuela, de su madre y, junto a ellas, la suya propia. Cada una amarrada a fragmentos de vida, disociados y flotantes, y siempre pegados a la piel. «... Todo lo que se hace es autobiográfico. Sin embargo, uno de los objetivos de pintar era, para mí, escapar a mi biografía», declaró la artista Dorothea Tanning.

La emergencia de la experiencia biográfica puede implicar contradicciones en el encadenamiento de los hechos, cuyo discurrir avanza a impulsos; al menos así ocurre en las exposiciones de Lina Vila cuya narración fragmentada sigue un orden íntimo, amparado en el uso de lo simbólico. Somos exactamente lo que nos atrevemos a contemplar, ha escrito Rafael Argullol. Y Lina Vila se precipita, quizás para liberarse, en un paisaje tan oscuro e inquietante como revelador de abismos.

Durante una conversación con Alicia Vela, Lina Vila desveló que burlar a la muerte, entenderla y aceptarla daban sentido a la vida y que el arte servía para sublimar valores universales, crear memoria y fijar ausencias. El estupor ante el dolor y la muerte, y la dificultad para representar la ausencia, late en las imágenes que Lina Vila dibuja, graba o pinta. Y consciente, como manifestó José Luis Brea, de la insuficiencia del arte para responder al tremendo encargo de traslucir el mundo, de resolver en la producción de la forma el problema del claroscuro de la vida, Lina Vila opta por interrogar al cuerpo, insertándolo en el tiempo de la vida, dejando abiertas las heridas que notifican su fragilidad y finitud, o señalando el lugar de la muerte. Imágenes destempladas que precipitan un mirar quebrado, ajeno a ensoñaciones. La desnudez de los cuerpos se conjuga en su obra con la presencia augural de animales y la prodigalidad de una naturaleza pródiga y avasalladora.

Mujeres olvidadas

A Lina Vila le fascinan las biografías, en especial las de la mujeres olvidadas. Cuando surgió la posibilidad de hacer un proyecto en el Museo de Huesca dedicado a la reina Petronila, hija de Ramiro II el Monje e Inés de Poitiers, aceptó de inmediato. Sobre Petronila se sabe lo justo. Concebida para dar continuidad a la dinastía de Aragón, su vida se corresponde con los dos modelos de mujer establecidos por la iglesia durante la Edad Media: esposas y madres, o quedar bajo la tutela eclesiástica. Petronila fue reina de Aragón entre los años 1157 y 1164, cuando abdicó en su hijo Alfonso II y dispuso vivir retirada hasta su muerte en 1173.

Lina Vila recreó en la instalación Un jardín para Petronila, un «paradisus claustralis», o lugar de recogimiento, en clara alusión al retiro voluntario de la reina. Una decisión más o menos libre, en un tiempo en que el silencio se impuso a las mujeres. Sobre el suelo de la Sala de doña Petronila en el Museo de Huesca, Lina Vila dispuso cuatro grandes acuarelas siguiendo el orden armónico de los claustros medievales, cuyos jardines se diseñaban como representaciones ideales por ser modelos del Paraíso.

Etapas de la vida

En los últimos meses, Lina Vila ha atendido a las obras de mujeres artistas como la miniaturista italiana Giovanni Garzoni (1600-1670), autora de excelentes bodegones de frutas y flores. Lina Vila siempre ha pintado flores, motivo que suele corresponderse con un particular estado de ánimo. Un asunto que interesó mucho al médico, naturalista y pintor Carl Gustav Carus, para quien las múltiples transformaciones que los paisajes naturales testimonian no son sino formas de la vida natural, por lo que habría que designar a las diversas resonancias que expresan estados de la vida, etapas de la vida de la Naturaleza; si bien, afirma, aunque la vida misma es infinita en su esencia, sus formas están sometidas a un cambio constante, atrapadas en un continuo emerger y sumergirse, de igual modo que en toda forma individual de vida se señalan cuatro etapas diferenciables: desarrollo, plenitud, marchitarse y destrucción. Ciclo vital que es constante en la obra de Lina Vila, asentada en el misterio de los orígenes que pone en marcha el tiempo, sabiendo que partir es lo propio.