La marca del meridiano, flamante ganadora del Planeta, empieza el 1 de octubre del 2011, "el día que lincharon a Gadafi y ETA dejó las armas", con una monumental bronca, "con mucho mal rollo", entre el brigada de la Guardia Civil Bevilacqua y su compañera, la sargento Chamorro. Tan malo como el que rodea el debate sobre la independencia entre Cataluña y España y sobre el que el autor de la novela premiada, Lorenzo Silva (Madrid, 1966), lanzó en la gala del lunes un mensaje conciliador, y en catalán: "Que entre mi Madrid y mi Barcelona no exista nunca una raya divisoria como este meridiano que por suerte solo es una línea imaginaria". No en vano, recuerda, lleva cuatro años viviendo en parte en Cataluña, donde halló la mujer que ama.

"El conflicto no es irreparable --opina-- pero hay que saber gestionarlo con inteligencia y respeto mutuo. Hay que caminar juntos respetando la diferencia y teniendo en cuenta que hay otras sensibilidades y visiones del mundo". El título de la novela, que se publicará el 6 de noviembre, alude al meridiano de Greenwich que separa ambas ciudades, porque su veterana pareja de investigadores (7 libros en 14 años), que viven y trabajan en Madrid, deben encargarse en Barcelona de la muerte de un viejo jefe.

--Cita a Ramon J. Sender: "La literatura es la indagación del mal". ¿Qué mal indaga Silva?

--Tsunamis aparte, el mal es humano, todos lo llevamos dentro. Yo indago en la conducta de personas que no se han comportado como debían. En la novela hay un discurso moral porque somos animales morales que tomamos elecciones morales. Quiero entender los mecanismos del mal, por qué somos dañinos.

--¿Habla de gente que cruza una raya como la del meridiano del título?

--Sí. Líneas que cruzamos sin saber, sin querer o sin deber. Todos tenemos un sentido del deber, hasta el peor delincuente tiene un código del deber. Y saltarse ese código trae consecuencias éticas.

--¿Se refiere a la corrupción policial de la que trata la novela?

--Quería abordar el daño que puede hacer un delincuente con placa. La corrupción policial en España es ínfima comparada con otros países. Estadísticamente no es significativa pero cualitativamente es terrible porque un policía delincuente es el delincuente más peligroso que existe para la sociedad, porque usa los recursos del Estado contra los ciudadanos y los pone al servicio de criminales. Suelen ser policías corrompidos por la delincuencia organizada.

--¿Qué opinan sus amigos policías sobre esa lacra?

--La reacción de la Policía y la Guardia Civil ante esos elementos corruptos es un ejemplo que deberíamos seguir. En otros colectivos cuando uno del rebaño se equivoca se es excesivamente indulgente, pero aquí la indulgencia es cero. El guardia civil sabe que si pierde el honor no lo recobra más y sus compañeros nunca más le considerarán uno de ellos. Necesitamos algo más de ese espíritu en otros colectivos que tienen mucha responsabilidad y no se le exige.

--¿Los políticos por ejemplo?

--Hablo de políticos, de jueces... En este país hay jueces que han cometido faltas y siguen impartiendo justicia. Y hay diputados imputados que siguen formando parte de grupos parlamentarios. No lo comprendo.

--El año pasado, en Niños feroces alertaba de las consecuencias de las guerras. ¿Teme las consecuencias de la actual batalla política entre Cataluña y España?

--Yo no tomo partido ni por unas siglas ni por otras, ni por Madrid ni por Barcelona, porque tengo familia en los dos sitios y no puedo tomar partido. Nunca he sentido que en la sociedad catalana hubiera un conflicto, ni siquiera para un forastero como yo. Estoy a gusto aquí. No diría miedo, pero sí hay signos que deberíamos controlar, como esta guerra de poner banderas en las ventanas. Cuando uno empieza así, da igual qué bandera sea, acaba haciéndose un censo de quién la pone y quién no, es una forma de marcar las puertas y las puertas se han marcado en momentos muy oscuros de la historia. Y hay otro error en el que se está cayendo, el no pensar las cosas antes de tirar piedras. Todo el mundo está lanzando pedradas con mucha alegría. De niño me traumatizó algo: tiré una piedra a bulto a una bandada de pájaros, no pensaba darles pero le di a uno. Olvidamos que quien tira piedras a veces le da a alguien.

--Desde la gala ha recalcado que se trata de su reflexión personal.

--Sí. Soy absolutamente independiente, mi trabajo me exige independencia. Las dos posturas tienen fundamentos pero ambas incurren en errores graves, tanto el de cómo está reclamando el Gobierno catalán la independencia como la forma en que Madrid le está negando el pan y la sal.

--Parece formar parte de esa mayoría silenciosa de ciudadanos...

--No, pero me fijo siempre en esa parte de la sociedad que representan personas concretas. Para mí la literatura española del siglo XX la representa Chaves Nogales, un hombre que tuvo que exiliarse porque no pudo soportar ni a los asesinos de un lado ni a los del otro. Su prólogo de A sangre y fuego es una de las páginas más estremecedores que ha escrito jamás un intelectual español que tuvo que irse del país. Eso se ve en ambos bandos. En el Azaña final y en Dionisio Ridruejo, que estuvo en la División Azul y al final se preguntó qué estaba pasando. Esta es la casa común que deberíamos construir para las personas de este país, tanto en Cataluña como en España. Y no lo conseguimos, para beneficio de los que no se quieren meter en ella porque no están hechos para convivir y solo viven en la reyerta y la bronca. Al final salen ganando siempre.

--Ridruejo tendió puentes intelectuales entre Cataluña y España.

--¡Y tradujo a Josep Pla! España es afortunadamente mucho más compleja y está mucho más interconectada de lo que creemos. Yo soy madrileño y no tendría inconveniente en convivir con una Cataluña federada con España. Intento aprender el catalán, leerlo... Saber más lenguas suma, no resta. En Cataluña no hay marginación ni persecución, los niños salen hablando regular en catalán y regular en castellano, como pasa en Murcia o en otro sitio, y eso es problema del sistema educativo.