Al polaco Adam Zagajewski no le ha llegado el Nobel sino el Princesa de Asturias de las Letras, pero todo se andará. Hay que aprenderse bien ese nombre difícil porque con los ya desaparecidos Czeslaw Milosz, y Wislawa Szymborska (ambos bendecidos por la Academia Sueca) bien podría formar una terna (ampliada a Zbigniew Hebert) de lo mejor que han sabido hacer las letras polacas en los últimos años, la poesía.

Zagajewski, de 71 años, conoció la noticia ayer en Cracovia, donde vive, cuando tenía casi un pie en la escalerilla del avión rumbo a Bremen, donde ha participado fugazmente en un festival de poesía. Fugazmente, porque hoy estará en el festival de poesía de su ciudad, donde es muy querido.

El autor aseguró a Efe que sigue siendo un intelectual crítico, especialmente con el Gobierno de su país, aunque reconoce que ha dejado atrás la poesía reivindicativa de su juventud para defender otros métodos de protesta más prácticos. Desde Cracovia, se mostró orgulloso de su papel como poeta disidente durante su juventud, aunque aseguró que ya es «demasiado mayor para volver a esa poesía reivindicativa», que ha dado paso a un estilo más reposado e íntimo. «Quiero seguir siendo crítico, especialmente con el Gobierno de Polonia, pero ya no a través de la poesía», afirmó el escritor, que no ha dejado de ser un «hombre de su tiempo».

Su traductor Xavier Farré, que ha vertido gran parte de su obra al castellano en la editorial Acantilado, dio fe de la satisfacción del autor por un premio que destaca la vertiente más social de un poeta que, según el fallo, «confirma el sentido ético de la literatura y hace que la tradición occidental se sienta una y diversa en su acento nativo polaco, a la vez que refleja los quebrantos del exilio». Que el galardón proceda de España, un país que ha visitado tantas veces, le llevó a recordar su deuda con El Quijote y, especialmente, con Antonio Machado, uno de sus autores de cabecera.

DISIDENTE Y EXILIADO / Sus avatares vitales van parejos a los vaivenes de la historia de su país y de sus cambiantes fronteras. Nació acabada la segunda guerra mundial en la ciudad de Lvov, hoy Ucrania y su infancia transcurrió en una zona minera de Silesia, que durante años perteneció a Alemania. Muy joven se opuso al régimen comunista y de ello dio cuenta en su primera poesía, muy combativa, y aún no traducida en España. «En esos poemas, que podríamos llamar generacionales, intentó contrarrestar con su poesía el lenguaje del poder», explica su traductor. Tras haber formado parte del grupo poético Ahora y de la Generación de la Nueva Ola, su fuerte disidencia acabó empujándole al exilio en los 80, primero en París y más tarde en EEUU, donde enseñó en diversas universidades, hasta que en el 2002 regresó a Cracovia, la ciudad polaca con mayor vida cultural, revestido de una gran fama.

Puesto a definir su poesía, Farré destaca «el elemento celebratorio de su canto que a veces se ve interrumpido por la conciencia moral o los avatares de la historia». Y en los últimos tiempos, a medida que cumple años y sus viejos amigos empiezan a dejarle, se detecta cierto carácter elegiaco más intimista y lírico. Al igual que la de Szymborska, la poesía de Zagajewski tiene gran claridad, un carácter narrativo alejado del surrealismo que la hace accesible y que lo ha popularizado. Para un traductor, eso podría ser un incentivo pero Farré no lo tiene claro. «Sus poemas parecen sencillos pero es difícil hallar el tono. Se mantiene en la frontera del sentimiento y no puedes excederte porque es fácil que el poema se venga abajo».

Pese a ser un reconocido poeta -desde 1995 toda su obra está vertida al castellano-, también su faceta como narrador y como crítico literario es importante y ahí está su breve ensayo Releer a Rilke. Tierra del fuego es para Farré el volumen en el que la historia tiene un mayor peso y es «una buena puerta de acceso a su poesía» que habría que contrastar con Mano invisible o Asimetría, un libro que aparecerá próximamente.