Luis Goytisolo y su editor, Jorge Herralde, son viejos amigos. De ahí que la presentación de ‘Las afueras’, el que fue el debut del pequeño y último de la saga Goytisolo, entonces de 23 años, tuvo un carácter de rememoración del pasado. ¿Te acuerdas Luis?. La evocación de tantos amigos ya desaparecidos o perdidos por los vericuetos del papel couché, como Mario Vargas Llosa habitual de los saraos que Luis organizaba en su casa cuando el boom se gestaba en Barcelona.

Se empeñó Herralde en defender la novela, “un clásico instantáneo con vocación de perdurar”, mientras el escritor aseguraba que nada más aparecer este libro él ya estaba en otra parte. “Ya estaba encarando otras complejidades que dos años más tarde cristalizarían en los primeros pasos de 'Antagonía', un libro que tuvo una elaboración de 17 años”. 'Las afueras' leído es un libro cristalino, mucho más hoy que cuando se publicó hace 60 años. En 1958 ganó en Sitges el primer Premio Biblioteca Breve. Entonces el objetivo del galardón era precisamente dar a conocer a los jóvenes narradores. Cuatro años más tarde, impulsado precisamente por una lectura de Luis Goytisolo, Vargas Llosa logró con 'La ciudad y los perros'.

Obra incomprendida

No estaba muy preparado el panorama literario español para recibir una novela como 'Las afueras'. “Hubo una gran polémica porque muchos sostuvieron que en realidad eran siete cuentos independientes y además la crítica se empeñó en inscribirla en la novela social, más bien tosca y maniquea, imperante entonces”, afirma el autor. Hoy esa estructura perfectamente calculada no sorprende. Entonces muchos se perdieron las vinculaciones subterrráneas de los relatos, fruto de la lectura de los relatos de Hemingway y de su teoría del iceberg por la cual solo una pequeña parte del relato debe quedar visible para el lector. “Lo que buscaba es un lector activo que encontrara los caminos que yo apenas había esbozado. Creo que aquel realismo objetivo me ayudó a escribir. Así que no me arrepiento en absoluto de haberlo practicado”.

Asegura no haber tocado una coma en esta reedición de Anagrama que incluye tres textos críticos, uno de ellos de Josep Maria Castellet. Pero la necesaria relectura le ha llevado a certificar una “sobriedad ajena al paso del tiempo” y descubrir muchas cosas de las que en aquel momento no fue consciente. Cuando se le insta a explicarlas, naturalmente, las vincula a la pérdida primigenia que los tres hermanos Goytisolo sufrieron en los bombadeos del cine Coliseum el 17 de marzo del 38, la muerte de Julia, la madre. “Yo tenía 3 años cuando murió mi madre y aunque había una ausencia no tengo el mejor recuerdo suyo. Pero ahora me doy cuenta de que mi madre está permanentemente en este libro porque en todos los relatos aparece una Julia. No de una forma exhibicionista, pero ahí está”. Y Herralde, con una sonrisa, apuntala el diagnóstico de un “complejo de Edipo desconocido” para su amigo.

Recuerdos del pasado

También vincula el autor a los niños que aparecen en la novela, “unos hijoputas de cuidado”, con su propia infancia. “Yo no era un niño malo pero si bullicioso. Me metía en los todos los jardines de los vecinos y en especial, una día, entré en una casa deshabitada rompiendo un cristal”.

Hay más pistas autobiográficas y Herralde las hace notar. Como las recurrentes referencias a la finca familiar de los Goytisolo en Torrentbó, descrita en las primeras líneas de la obra; la presencia de un limpiabotas en uno de los relatos inspirado en un ‘limpia’ real que Jaime Gil de Biedma y Juan Goytisolo convencieron para participar en una noche loca y al final, no muy satisfactoria. O el desmoronamiento económico de la anteriormente poderosa familia Goytisolo.

El Biblioteca Breve, además de las 30.000 pesetas, en aquella época todo un capital, también puso al joven autor en la rampa de la lanzamiento de la vida literaria y propició un trabajo de lector editorial para Seix Barral. “Me cambió la vida”. También supuso una sorpresa para hermanos mayores. A Juan, con quien compartía dormitorio, quizá no le asombró porque sabía de su afición a escribir. “Pero guardábamos para nosotros nuestros trabajos, éramos muy celosos con lo que hacíamos”. José Agustín, siete años mayor y ya fuera de la casa familiar, se enteró del premio directamente por la prensa.