Una gran botella de seis metros de alto por cuatro y medio de diámetro, de la que continuamente brota agua formando un estanque a su alrededor, rodeado de árboles, junto al río Ebro, continúa siendo una de las intervenciones artísticas más eficaces que se plantearon en la Exposición Internacional 2008, a falta de una mano de pintura. La razón la explica Iván de la Torre refiriéndose a la obra de Guzmán: «Hacer del juego estrategia para sortear la trascendencia del arte, o tomar con humor los dobles sentidos inscritos en el lenguaje de lo cotidiano, son mecanismos que otorgan adhesividad y consistencia a unos intereses amplios y heterogéneos que fructifican auspiciados por una personalidad genuina». El objeto que Guzmán eligió fue una botella de plástico convertida en manantial, con el propósito de relacionar nuestra experiencia urbana del agua con el agua del Ebro y el agua que nos conforma. Siempre la misma. Ejemplo perfecto de reciclaje natural. Y un asunto, este del reciclaje, que le preocupa sobremanera, de ahí que el material con el que está realizada la botella sea cemento acrílico modificado, resistente e inocuo con el medioambiente, que se elabora reciclando el sobrante de las canteras. Y como el aplastamiento de las botellas de plástico facilita su reciclaje doméstico, qué mejor imagen que la de una botella de plástico aplastada y pintada de verde por cuyos pliegues serpentea el agua en cascada. Junto al estanque, el tapón de la botella en el que Federico Guzmán grabó el perfil de la cuenca del Ebro y la leyenda Nunc semper fluit (Ahora siempre fluye) pues como decía Einstein «presente, pasado y futuro no existen, sino que son formas de una misma ilusión», tal como anotó en una entrevista con Luca Patina en 2008, cuando su intervención en Zaragoza aún no se había inaugurado. Y es que vivimos, señaló, en presente sin límites porque el pasado, en cuanto recuerdo, y el futuro, en cuanto expectativa, están en él, no en torno a él. Porque fuera de este, ahora no hay pasado ni futuro, no hay límites para este momento. La escultura estaba realizada para ser contemplada pero quiso imaginar, en un futuro, a los niños disfrutando del baño en el estanque.

Con motivo de su exposición La fuente de la vida. Proyectos 2009-2011, en la galería JM de Málaga, en 2011, Guzmán escribió un texto centrado en la fascinación por la creación de imágenes cuyo origen estaba en el recuerdo de su padre dibujando y en sus primeros dibujos, tan ajenos a la mitología de los genios artistas. Desde muy temprano tuvo la convicción de que «todos los lenguajes nacen de un territorio común; cada obra es parte de un proceso colectivo y es diálogo con la cultura universal, en constante reescritura, debate y transformación (...) podemos imaginar la invención como un proceso creativo abierto que copia y transforma los elementos de la cultura para combinarlos y volver a compartirlos permitiendo que la historia continúe su curso».

A lo largo de su trayectoria, que inició a mediados de los años ochenta del siglo pasado, en el contexto de la Nueva Figuración Sevillana, Federico Guzmán ha compatibilizado proyectos personales y colectivos, atentos siempre a lo cotidiano, a lo social y a la fractura provocada por las crisis financiera, medioambiental y alimentaria. Al igual que la educación y la cultura, el arte es una herramienta eficaz para enfrentar la situación. Así lo considera Guzmán. Y su obra Manantial participa de esta preocupación haciendo de la contemplación, el juego y la diversión elementos transformadores para ver y estar en el mundo de otra manera. Sin más ruido que el del agua al caer.

En los objetos de Federico Guzmán permanece activa la poética surreal, no en vano ningún movimiento mostró tanto interés por el objeto como el surrealismo. Una de las propiedades principales del objeto surrealista era ser más real y detallado que la misma realidad, escribió Juan Antonio Ramírez, quien, asimismo, atendió a los mecanismos de transmutación mediante los cuales el pop art logró que los objetos «presentados» parecieran «re-presentados», y viceversa, que la figuración fuera tan literal que pareciera una mera apropiación de la realidad. En la representación del objeto, Federico Guzmán mantiene recursos pop, como la creación escultórica autónoma, la alteración notoria de materiales, el cambio radical de escala, la distorsión irónica y la pictorización. No faltan citas expresas a Duchamp y Beuys. Aunque Manantial entronca con su compromiso por la naturaleza y con el trabajo actual en defensa de los derechos humanos de El Aaiún (que significa, los manantiales). Fruto de su experiencia durante siete años en el Sáhara, Federico Guzmán convirtió en 2015 el Palacio de Cristal de Madrid en un lugar solidario para la hospitalidad y la conversación entre culturas, una gran jaima conformada con «benias» para el techo, y «melfhas», vestimentas originales de las mujeres saharauis, en los laterales. Un espacio colectivo que, como en el proyecto Museo de la calle que hace años realizó en Colombia, ofrece la posibilidad de ser conscientes del hecho de que donar es una realidad cotidiana.