Pregunte usted sobre Martin Scorsese a varios amantes del cine y la mayoría le hablará de lo mismo: las veloces ráfagas de diálogos crudos y de violencia tremenda, las canciones de los Rolling Stones en la banda sonora y, cómo no, la profunda angustia moral en el centro de cada historia. Esos rasgos han llegado a ser tan famosos, y tan imitados, que es fácil pasar por alto qué rompedores resultaron cuando aparecieron por primera vez en Malas calles, obra que estableció al neoyorquino como uno de los artistas definitorios de su generación.

Presentada mundialmente en la quincena de realizadores de Cannes en el año 1974, aquella película volvió ayer a proyectarse en ese mismo escenario, poco antes de que Scorsese recibiera el premio Carroza de Oro en honor a su medio siglo de carrera. «Aquella primera visita posiblemente fue la mejor», recordó durante la ceremonia. «Podía moverme con libertad porque nadie me conocía, y todo me pareció una gran fiesta. Entonces era muy ingenuo, y esa es una cualidad hermosa que cuando uno se dedica al cine no tarda en perder».

Cuando llegó a Cannes esa primera vez, tenía solo dos filmes en su haber, ¿Quién llama a mi puerta? (1967) y El tren de Berta (1972), dos obras valiosas pero que no anticipaban el impacto que la tercera causaría. Lo que sigue haciendo de Malas calles una película memorable es el tipo de autenticidad y honestidad que solo son capaces de aportar quienes saben perfectamente de lo que hablan. Que esas son cualidades que su director sigue ejemplificando a la perfección hoy día es algo obvio a juzgar por sus dos más recientes obras maestras, El lobo de Wall Street (2013) y Silencio (2016), en las que se muestra tan moderno como siempre y más perfecto que nunca.

RELACIÓN FRUCTÍFERA

Desde aquella irrupción, Scorsese ha visitado Cannes asiduamente, y cuatro de sus películas han competido en el certamen. Gracias a Taxi Driver ganó la Palma de Oro en 1976, y Jo, qué noche le proporcionó el premio al mejor director en 1985. Su relación con el certamen sin duda seguirá siendo fructífera, pese a que la presencia de su próximo trabajo aquí parece imposible: el drama criminal The irishman ha sido producido por Netflix. Previsiblemente, Scorsese evitó ayer pronunciarse sobre la polémica que enfrenta al festival con la plataforma; a cambio, ofreció un conciliador mensaje de amor al cine: «Hay películas que son una experiencia religiosa; te alivian, y cambian tu vida. ¿Quién iba podría querer que algo así desaparezca?».