Ya tenía acabado el artículo de esta semana cuando supe de la muerte de mi amigo Antonio Mercero. Escribir este, segundos después de conocer su desaparición, hace que se junten en mi mente muchos sentimientos. Juntos hicimos Planta 4ª y sentí que junto a él aprendí toda una profesión. Me entusiasmaba ese enorme cuadro de John Ford rodando un wéstern que presidía su salón y como él le pedía siempre consejo antes de cada rodaje. Para él, Ford era su dios cinematográfico y aquel cuadro era el conducto perfecto para poder hablar con él.

El alzhéimer nos robó parte de Antonio pero él siempre estuvo ahí. Para mí era el símbolo de la lucha. Aunque él nos haya olvidado, nosotros jamás lo olvidaremos. Recuerdo que cuando el alzhéimer ya había atacado y ya no recordaba muchas cosas, vimos Planta 4ª juntos en su casa.

La miró entera sonriendo como si fuera la primera vez que la observaba. Cuando acabó la sesión estaba entusiasmado y me preguntó quién la había dirigido. Le dije que él y su cara de felicidad fue extraordinaria.

Se va un amigo, un mentor, una buena persona y, sobre todo, el mejor director de emociones en este país. Yo crecí con Verano azul, que me parece una serie valiente que aborda la muerte y el dolor de los que amas.

Ya nos enseñaste que no hay que estar triste. Por ello pondré en mi salón una foto que tengo de cuando rodabas Planta 4ª. Y hablaré contigo como tú hacías con Ford de cualquier emoción, porque la gran suerte de conocerte no fue hacer películas contigo sino, descubrir que tu fuerza residía en la forma increíble de amar este mundo con humor y honestidad. Sabía que este día llegaría pero, también, que merecías descansar porque no has parado de luchar. Te quiero, amigo.