‘La batalla

de los sexos’

Valerie Faris y Jonathan Dayton

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Del indie con premios populares al mainstream con un histórico partido de tenis como trasfondo. Este es el recorrido del tándem formado por Valerie Faris y Jonathan Dayton, que parecía que iban a comerse el mundo en el 2006 después de Pequeña Miss Sunshine pero tardaron seis años en levantar su siguiente proyecto, Ruby Sparks, una metáfora sobre la creación literaria cuyo fracaso les ha dejado en el dique seco otros cinco años, hasta la realización de la simpática pero insuficiente La batalla de los sexos.

Si el feminismo plantea un discurso radical sobre los roles de género y discute la absurda y ancestral sumisión de la mujer al hombre, una película que hable de ese tema, sea en el ámbito que sea, debería ser al menos algo radical, más incisiva, incluso arriesgada formalmente. Pero Faris y Dayton han preferido hacer un filme muy popular, para todos los públicos. Quizá con esa elección piensen que el discurso llegará a más gente. Puede ser. Pero por el camino han sacrificado, con esa decisión, otros atributos que se les presuponía a tenor de sus dos anteriores trabajos.

¿Hace falta un empleo tan constante y empalagoso de la música que ni deja respirar al personaje encarnado aquí por Emma Stone, la campeona de tenis Billy Jean King, incluso en sus momentos de duda y de soledad, que son bastantes? ¿Es necesario limar todos los conflictos de orden personal, como la relación que mantenía King con su marido y los dilemas cuando se enamora de una mujer? Bobby Riggs era fanfarrón, hortera y machista, cierto, pero Steve Carell lo lleva antes al terreno de su estilo cómico que al de la hipotética verdad, ya que, en el fondo, de un biopic se trata.

Pero es precisamente la extraversión de Carell y la introversión de Stone lo que da más juego a una película en la que el clímax final, el famoso partido que les enfrentó, está resuelto sin la tensión requerida (una filmación muy plana) en una película de estas características, más allá de que sepamos del desenlace de los tres sets.

El relato feminista tiene aquí demasiados subrayados, aunque no dudo de que hoy pueda ser tan efectivo como la historia real lo fue en su momento. Pero falta algo más de emoción dramática, incluso de chispa cómica, ya que el filme va de un género a otro. Pero el enunciado es honesto y se convierte a King en heroína y pionera desde un prisma actual en el que todo se contempla a partir de los ismos, dejando de lado toda consideración artística.