En un reciente viaje promocional, rumbo a Valencia, pasaba el otro día, a bordo del Alvia que cubre el corredor mediterráneo, por Tarragona y Miami Playa, con la particularidad de que lo hice leyendo ¡Buenas noches, Miami! de Begoña Oro. Un libro muy especial, editado por RBA, que ha merecido --merecidamente--, el último Premio Eurostars de Narrativa de Viajes.

La autora, dueña de un extraordinario sentido del humor, y de un estilo conciso, preciso, capaz en pocos trazos de pintar un episodio, una escena, o de dibujar a un personaje, comienza la novela hablándonos del constructor de Miami Playa, un tal señor Estius que allá por los primeros años setenta soñó con urbanizaciones y pistas de tenis, piscinas y apartamentos a pocas horas de Zaragoza y Barcelona, y construyó su utopía, un reflejo del verdadero Miami Beach visto en ese otro reflejo que es la televisión.

Estas extrañas clonaciones, tales juegos entre la realidad y la metarrealidad no sólo afectan a la literatura, sino, vemos ahora, también a la construcción. Sus espejismos invadieron el subconsciente de Begoña Oro durante su visita al Miami real --o que parece real--, allá en la Florida donde Ponce de León se las tuvo con los indios semínolas que nosotros llegaríamos a conocer no por nuestros libros de historia sino por los Tambores lejanos de Gary Cooper. ¿Qué parecidos había realmente entre Miami Beach y Miami Playa? ¿Cuáles, verdaderamente, entre los Everglades y los galachos del Ebro? ¿Y entre las tortugas de Cayo Vizcaíno y los cangrejos de río? ¿Y entre los clubs de Ocean Drive, sus chulazos y drags, y los de Sitges o Miami Playa?

El caso fue que nuestra autora se sentó a escribir en un hotel de Coral Gables donde había nadado Johnny Weismuller, fumado sus puros Capone, paseado su palmito la Monroe, y su creativo cerebro comenzó a urdir una trama cuajada de hallazgos y paradojas, de metáforas y gags, de profundas reflexiones envueltas en el celofán de su prosa dorada, como espolvoreada de polvo de alas de mariposa, hasta que de pronto el concepto asoma en la frase como el muñón del mendigo en la noche de Miami y ahí se acaba la ensoñación, ahí aparecen los hombres solos acodados a barras de bares bebiendo y fingiendo que no están solos, que no han perdido el sueño americano... Una inteligente indagación, entre Zaragoza y Florida, para soñar, viajar, reflexionar...