Milena Jesenská debía de tener una personalidad impactante. Así lo constata Margarete Buber-Neumann, quien en 1940 se dejó seducir por ella y se convirtió en su amiga en el epicentro del infierno, cuando ambas estaban encerradas en el campo de concentración de Ravensbrück. Jesenská, periodista, traductora y destinataria de las más intensas cartas de amor que jamás escribió Franz Kafka, murió allí en 1944. Buber-Neumann sobrevivió y recordó la fantasía compartida, que se convirtió en una promesa, de que ambas escribirían un libro sobre la vida en los campos nazis y soviéticos. El recuerdo de la amiga se hizo tan potente que cristalizó en una trayectoria de historiadora de los totalitarismos y en 1970 publicó Milena, una obra ya clásica que Tusquets acaba de reeditar.

Milena, el libro, recupera la existencia de una mujer que ha pasado a la historia como amante de Kafka, pero esa relación que apenas duró un par de años en su vida, unos pocos encuentros más bien fallidos y gran número de cartas, solo ocupa unos pocos capítulos en la biografía. Su retrato tiene el valor de quien decidió vivir una vida nada convencional, una mujer infatigable aún en las peores circunstancias, marcadas por la adicción a la morfina, la vindicación feminista, el desencanto frente a la Unión Soviética y su lucha final contra el nazismo.

Kafka, que se sintió bastante intimidado por su inagotable vitalidad y precisamente por ello decidió romper la relación, la definió como «fuego vivo». Demasiado para él. «Sin embargo es, al mismo tiempo, dulce, animosa, inteligente y volcada totalmente al sacrificio, o, si se prefiere, lo consigue todo a través del sacrificio…», escribió.

ROMPIENDO CADENAS

Milena Jesenská no fue una joven convencional. Nacida en Praga en 1896 en la mayoría bohemia y más ilustrada del país, su padre, un tiránico odontólogo antisemita y nacionalista, intentó doblegar el decidido carácter de su hija con escaso éxito. Llegó incluso a encerrarla en un psiquiátrico por «demencia moral» cuando se enamoró de su primer marido, Ernst Pollack, un conocido asesor de artistas que se movía como ella en los círculos intelectuales de los cafés de Praga y de Viena. El matrimonio no funcionó.

Fue en medio de esa insatisfacción, unida a una miseria en la que Milena se vio obligada a trabajar cargado maletas en una estación o limpiando casas, cuando conoció a Kafka. Ella se lanzó a esa relación en tromba, después de haberse convertido en su traductora al checo. De hecho, la aparición de El fogonero, el primer capítulo de lo que luego se convirtió en la novela Amerika, fue la primera traducción de Kafka a cualquier otra lengua.

Aunque eran muy distintos, además del amor por la literatura, compartían una relación conflictiva con el padre. Kafka, de hecho, le confió su célebre e inédita Carta al padre, el más íntimo y secreto de sus textos, demostrando que el vínculo intelectual era muy profundo. Sin embargo, la desenvuelta Milena le pidió amor físico, y el escritor enfermo y terriblemente asustado frente al sexo, a pesar de demostrarle mucho amor en sus misivas, se replegó en su soledad. A su muerte, ella escribió una certera necrológica: «¿Por qué siempre me enamoro de hombres más débiles que yo?», le preguntó a una amiga.

Adquirió fama como periodista, se vinculó a la vanguardia artística y literaria y especialmente a la Bauhaus, a la que pertenecía su nuevo marido, el arquitecto Jaromír Krejcár. Pese a sufrir graves problemas de salud tras el complicado parto de su única hija en 1928, cuyas dolorosas secuelas la convirtieron en morfinómana como efecto colateral. Eso no le impidió iniciar una intensa actividad política con su afiliación al partido comunista. Poco a poco, el idealismo chocó con la realidad, especialmente en los cinco años que pasó con

Krejcár en la URSS y que la convirtieron en una antiestalinista declarada. El precio fue situarse en tierra de nadie, sospechosa de sus antiguos amigos, porque la mayor parte de los intelectuales checos cerraban los ojos frente a la política soviética.

Antes de ser detenida por la Gestapo, multiplicó su labor en la resistencia. En el campo de concentración, Milena mostró una salud bastante debilitada, pero su resolución se impuso y decidió que nada le haría daño pese a contar con el rechazo de las comunistas del lager. Buber-Neumann relata cómo murió entre sus brazos el 15 de mayo de 1944. Cuando esta recuperó la libertad, apenas unos meses después, se mantuvo fiel a la convicción de su amiga: «Sé que al menos tú no me olvidarás, que podré seguir viviendo en ti».