Atrapar la vida, intensa y completa, concentrarla en su mínima esencia y servirla alargando la mano para decirle al lector: «Aquí la tienes». Esa es la intención del británico Graham Swift (Londres, 1949), autor con 10 novelas a su espalda -entre ellas las memorables El país del agua y Últimos tragos- que ahora, en la cumbre de su sabiduría, publica El Domingo de las Madres (Anagrama), una nouvelle que debería tener tan buena recepción como Chesil Beach de Ian McEwan, con la que comparte densidad, intensidad y brevedad. Una joya, tan pequeña como valiosa.

Habría que empezar explicando el título. El Domingo de las Madres es una costumbre de los tiempos del viejo imperio, de esos que tan bien lucen en las series de la BBC, cuando el mundo se dividía entre amos y criados. Estamos en 1924, la primera guerra mundial ha dejado un rastro de pérdidas en todas las familias. Por entonces, las criadas podían tomarse un día de fiesta, el 30 de marzo, para visitar a sus madres. Jane, joven sirvienta huérfana, no tiene a donde ir y aprovecha para encontrarse con su amante, hijo de una de las poderosas familias de la zona. Lo que ocurre en ese día es un momento decisivo evocado desde el presente, cuando Jane, convertida en una escritora de fama, ha llegado a cumplir 98 años.

«Mi apellido es Swift -explica el autor-, que en inglés significa rápido y repentino. Y así es como vino a mí esta novela». En esa epifanía, Swift imaginó una imagen con los dos amantes en la cama. «Rápidamente vi que era una relación secreta en un momento de fuerte división social. Eso me llevó a los años 20. Pero no quería quedarme solo ahí, quería concentrar la historia de una vida en ese momento. Y explicar cómo esa mujer y ese hombre están solos en una enorme mansión bañada por la luz. Eso solo podía ocurrir en el Domingo de las Madres, el único día en que no se dispone de servicio».

Hay dos ironías importantes en la obra. La primera es que ese episodio que el lector conoce es la única historia que Jane como escritora jamás contará, aunque sea el que marcó su historia. La otra es que a Swift como novelista le ha correspondido hacerlo. «Creo que la gente en general tiene dentro mucho más que lo que muestra y expresa, e incluso que lo que ni siquiera sabe. Y una de las funciones de la ficción es sacar esa vida oculta, darle voz. Pero es algo que debe hacerse con muchísimo tiento».

Joseph Conrad, la clave

Todo es significativo en esta historia. Los objetos, las normas, las palabras y especialmente las lecturas de la joven criada, que acabará asistiendo como Cenicienta al baile de la literatura. «Joseph Conrad es una de sus lecturas y es algo importante en la novela, no porque le ayude en su evolución o porque sea un gran novelista, sino porque era polaco y acabó escribiendo en inglés. Tuvo que cruzar una barrera lingüística muy potente para convertirse en escritor y eso es lo que Jane percibe al final: para que un escritor de verdad pueda escribir debe hacerse con un lenguaje propio».

El peligro es pensar que la novela está emparentada con esas series televisivas nostálgicas con enormes casas señoriales y un sinfín de criados que tanto gustan a un tipo de espectador nostálgico que a buen seguro ha votado a favor del brexit. Swift no quiere hablar de política, pero sí admite lo inadecuado de una lectura precipitada. «Si me hubieran dado 10 libras por cada vez que se ha citado Downton Abbey en relación con mi libro, ahora sería rico. El Domingo de las Madres se sitúa a mil leguas porque Downton Abbey no tiene nada que ver con la realidad; mi novela, sí».