Cuarenta obras de Ramón Casas (Barcelona, 1866-1932) muestran desde ayer en el Museo Camón Aznar de Ibercaja una visión global de este pintor clave del modernismo pictórico catalán, que algunos expertos consideran como "el mejor dibujante español de todos los tiempos".

Así lo expresó ayer Arturo Navallas, comisario de la exposición, quien destaca "el trazo seguro y el tratamiento de las calidades cromáticas" como los dos puntales de la obra de este autor, pintor desde niño, que, partiendo de Goya y Velázquez como maestros, supo calibrar "las luces diferentes de Granada, de Montmartre o de Tamarit" en distintas épocas de su vida.

Todas las temáticas de Ramón Casas están presentes: figuras, retratos, escenas o paisajes, así como las técnicas: óleos, acuarelas, dibujos o azulejos (estos últimos apenas vistos fuera del Museo de Sabadell). Pero en este autor se requiere una mirada atenta para observar "lo que hay detrás de las escenas" (una pared del fondo que continúa más allá del espacio pictórico en Interior de taller y hombre tocando la guitarra, de 1883, como en Sargent, con quien Casas coincidió en Granada).

LA GRAN TÉCNICA

En muchas escenas el artista sitúa al espectador en el espacio ficticio del cuadro (en la arena de una corrida de toros, por ejemplo), y trabaja con delicadeza la incidencia de la luz en los retratos: "Introduce un nuevo concepto intimista que trata de captar el movimiento del vestido, esa media vuelta de la luz que incide en las ropas", explicó el comisario.

Casas analiza a sus personajes y los plasma con "una fidelidad magistral", aportando luego elementos identificadores de la posición social, de manera que "dota a la burguesía catalana del empaque de la burguesía parisina". Los retratos adquieren en su mano además de la exactitud fotográfica de los rasgos, una elegancia y una finura derivada del minucioso tratamiento de los cabellos o de los diversos elementos que rodean a la figura que "crean espacio y la resaltan", según Navallas, o bien amplía el espacio pictórico con una simple silla arrimada a la pared.

El pintor ofrece además interiores en los que la protagonista es una joven anónima o una familiar sorprendida en su intimidad y el resultado no sólo es un retrato sino la imagen de un sentimiento.

Entre la gran gama de mujeres elegida por Casas para sus carteles e ilustraciones, (no prestó atención ni a la mujer trabajadora ni a la maternidad) aparecen dos tratamientos distintos separados por el cambio de siglo. Las majas anteriores a 1900, con los blancos de sus ropas llenos de efectos de luz son aún más sobrias que las chulas que despliega el artista entrado en la madurez, a las que viste con abigarrados y multicolores mantones de Manila. En los dos casos se convierte en cronista de la mujer independiente y activa, especialmente seductora, con una languidez aparente y una gran fuerza en la mirada.

Casas es inseparable de la Barcelona de comienzos del siglo XX y se enamora de una vendedora de lotería de la Plaza de Cataluña, que le lleva a cambiar de estilo. Rusiñol y Utrillo, con los que interviene en el movimiento artístico de Els Quatre Gats, y luego con Rusiñol y el escultor Clarasó en sus exposiciones conjuntas. Con ellos preparó sus series de azulejos, configurados como chistes sobre los diferentes oficios a la manera de los alicatados catalanes del XVII.