El museo, lugar para la contemplación, pero también para el estudio de las ciencias, las letras y las artes, era definido a finales del siglo XIX por el Diccionario de la Lengua Española, como "el edificio o lugar en que se guardan curiosidades, tales como algunos artificios de matemáticos, pinturas, medallas, armas...". El museo era entonces, prácticamente, como un almacén de antigüedades.

Cabe recordar que Museo fue el nombre de un célebre poeta griego de la Era Cristiana, así como el nombre del templo, próximo a la Acrópolis de Atenas, en el que se instaló la tumba del recordado gramático. Asimismo, Museo fue el nombre que recibió la Escuela de Filosofía y Literatura, que Ptolomeo Soter (general de Alejandro Magno) fundó hacia el año 300 a.C. en la ciudad de Alejandría. Además del Museo, Ptolomeo también construyó en aquella ciudad de Egipto el Faro (una de las siete maravillas del mundo, ya desaparecido) y la famosa Biblioteca, que hicieron de Alejandría una ciudad legendaria del arte y la cultura.

Tampoco se puede obviar la relación morfológica y semántica entre las palabras musas y museo, siendo aquellas cada una de las deidades que, según la religión de la Grecia antigua, habitaban en el monte Parnaso. Musas y museo, históricamente, son indisociables de la sabiduría, sin la cual serían imposibles las artes; de ahí el proverbio que ya se encuentra en la obra del orador romano Cicerón (107 - 43 a.C.): "La ignorancia se encuentra lejos de las musas y las gracias".

En nuestros días, el potencial pedagógico y cultural que poseen los museos es enorme, y se ha acrecentado gracias a la sociedad digital. Pero no se contempló en sus inicios, y se remonta a fines del siglo XIX, correspondiendo a los EEUU el impulso inicial de tan loable iniciativa. Mientras, en la vieja Europa habría que esperar a que finalizase la II Guerra Mundial para que los museos empezasen a tomar conciencia de sus responsabilidades como lugares no solo de estudio, conservación, y exposición de objetos, sino también de formación cultural y social. Porque es solo en ese momento cuando los museos dejan de ser patrimonio de unos pocos y pasan a ser de toda la sociedad.

EN CUANTO a público, en el caso concreto de niños y jóvenes, su relación más frecuente con los museos se establece a través de la escuela. Pero aprender en el museo es un reto apasionante. La escuela moderna practica, generalmente, las visitas de manera aislada y con carácter de actividad extraescolar. Pero ¿por qué no pensar en otro escenario en que la estructura de los museos y la escuela posibiliten la visita sistemática y más como clase práctica que como actividad extraescolar?

Quizá la clave para que la afluencia a los museos sea mayor, consista en la contextualización de las piezas con el ámbito temporal y cultural al que pertenecen. Y si a un público hay que tener presente en ese planteamiento, ha de ser, por fuerza, al de los niños y jóvenes en edad escolar, porque a ellos corresponderá establecer los modelos de las sociedades del mañana.

A través del aprendizaje en el museo, las piezas expositivas, pasan de ser meros objetos de una insulsa colección, a punto de partida ideal desde el que alcanzar un conocimiento superior. Así, los museos ya no son espacios fríos y estáticos, auténticos panteones en piedra, sino centros vivos que invitan al conocimiento y la diversión a través de la interactividad con sus visitantes.

Por ello se ha abierto ya un nuevo y dinámico concepto expositivo, y al igual que se hace con las bibliotecas viajeras, también se debería contemplar el museo-bus, con exposiciones itinerantes en el propio autobús, o las maletas-museo para escuelas, conteniendo información, reproducciones de piezas, juegos, maquetas, y vídeos que resuman el contenido y colecciones específicas de algunos de los más importantes. Porque un museo no deja de ser sino una de las infinitas hojas del gran libro de la Tierra, y que al igual que la noticia de un periódico, ha de dar respuesta a las seis preguntas básicas de la comunicación: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Será así cuando los museos alcancen el lugar que les corresponde en cuanto a espacios de dinamización, inspiración, promoción cultural y fomento de valores primordiales como son la paz, la justicia y la convivencia armónica entre culturas y civilizaciones. Sólidos y necesarios cimientos de cualquier sociedad moderna, libre y democrática.