En el imaginario musical del grupo ubetense Guadalupe Plata resuena el primitivismo perturbador del blues primigenio y del rocanrol más temprano. Eso, y revolcones posteriores debidos a revoltosos como Elmore James, Screamin’ Jay Hawkins, The Cramps, Alan Vega... Y ya puestos, los efluvios del rock andaluz más heterodoxo: de Smash a Veneno, pasando por Silvio y Sacramento, Veneno... Guadalupe Plata es una marmita explosiva en la que se cocina agua bendita lisérgica; una fragua en la que se da forma, con sonoros golpes, a una de las propuestas más singulares del panorama musical español popular contemporáneo,

El sábado, Guadalupe Plata volvió a actuar en Zaragoza, en la sala López, local que ha visto como crecía en los espectadores zaragozanos el entusiasmo por el grupo. Y vino con nuevas canciones en el bolsillo: las contenidas en su nuevo y quinto trabajo, homónimo, como sus predecesores. En él, el trío sin abdicar del ritmo torrencial, de la fiereza de las guitarras y la contundencia de la sección rítmica, explora nuevas maneras de hacer. O sea, Guadalupe Plata sigue indagando con surrealismo sureño en terrenos pantanosos y en callejones oscuros, pero también en la sequedad fronteriza del desierto, en las barras de las cantinas, en los porches del folclore y en las progresiones del jazz. De ahí que revise a Violeta Parra (Qué he sacado con quererte) y reformule en Navajazo al John Coltrane de A Love Supreme.

De alguna forma ese tránsito que propone en el nuevo álbum se traslada al directo, que ahora se muestra vital, pero atemperado; arrebatador, pero contenido. No todo el tiempo, claro, En el desarrollo de su actuación del sábado, en la que revisó piezas nuevas, pero también recordó canciones de discos anteriores, hubo un poco de todo: arrebatos pasionales, pasajes más balsámicos, fragmentos pulsación melódica, paisajes algo redundantes... Y por encima de todo eso, la chispa, el fulgor de un trío (Pedro de Dios, guitarra y voz; Carlos Jimena: batería y Paco Luis Martos, bajo, y contrabalde) tan agitador como necesario.

Guadalupe Plata es, en definitiva, la gozosa tormenta que altera tanta calma chicha como circula por ahí.