Acompañado por el runrún de que Patria (Tusquets) es la gran novela española del año, Fernando Aramburu está con la gira de presentación de su libro después de haber sido convenientemente mimado en Euskadi por su madre, su ama, que a los 91 años es la constatación de esa cualidad berroqueña de las mujeres vascas. La novela, que cuenta con más de 600 páginas, entreteje las vidas de dos familias a las que un atentado coloca a un lado y al otro de las certezas y las ideologías y dibuja tres décadas de muerte, dolor y silencio al tiempo que se suceden los atentados de ETA.

-¿Podía haber abordado esta novela si no se hubiera producido el anuncio del cese de las armas en el País Vasco?

-Podía haber escrito otros libros pero no Patria, porque el cese me coloca en una situación narrativa especial, la del escritor que tiene la sensación de que algo atroz ha terminado y se encuentra en un momento propicio para evocar y relatar sabiendo que no va a haber durante su trabajo un nuevo atentado que me obligue a añadir matices sobre lo escrito.

-Como escritor ha querido dar una imagen global de la sociedad vasca y aunque su comprensión está con las víctimas también ha retratado a los victimarios con toda su densidad y contradicciones.

-No he escrito Patria para juzgar a nadie. No opero con personajes que son meros recipientes de ideas. Quiero entender por qué un muchacho que nace puro e inocente, se educa y crece en un entorno social determinado y poco a poco junto con otros de su edad acaba entrando en una organización armada y comete ciertos actos.

-El libro muestra sobre todo la violencia cotidiana, el miedo y el silencio al que se ha visto abocada la sociedad vasca y que da como resultado una colección de soledades. ¿Ese es el tema?

-La columna vertebral de la novela, más que el miedo, sería el perdón, algo sobre lo que la clase política no debería decir gran cosa porque es algo muy personal.

-También es la historia de dos mujeres muy fuertes, dos abejas reinas, que es fácil situar en el País Vasco en el que tanto se habla de matriarcado.

-Yo he conocido tantas mujeres parecidas a Bittori y a Miren.

-Empezando por su propia madre…

-Empezando por mi madre, sí. Ella podría ser una de estas dos mujeres. Junto a ellas, este hombre temeroso, tímido y trabajador, con poca capacidad de palabra, también ha sido una presencia habitual en mi vida.

-¿Cree, como dice en la novela, que la literatura vasca está poniendo ya en marcha la derrota de ETA?

-Bueno, eso es una metáfora, claro, pero se trata de conseguir un tipo de relato que rebata la falacia de narraciones glorificadoras del terrorismo.

-¿Es porque la literatura vasca ha estado más cerca del victimario que de la víctima?

-Ha habido de todo. La literatura es más lenta en levantar un relato que la historiografía o el periodismo. Postulo que el escritor debe ponerse a la tarea y si es contemporáneo de los hechos sucedidos, su relato tendrá ciertas virtudes de veracidad. Yo nací aproximadamente en los días en los que nació ETA, viví muy de cerca los llamados años de plomo, en la Transición, cuando ETA mató más que nunca.

-Es por eso que en el libro dice, refiriéndose a sí mismo, «yo estuve expuesto, como tantos otros chicos, a la propaganda favorecedora del terrorismo».

-Hay un atentado de ETA que me conmocionó especialmente, sin que eso signifique que los anteriores no fueran terribles, fue el del senador Enrique Casas, en 1984. Vi cómo metían el ataúd en la Casa del Pueblo de un barrio de San Sebastián y tuve por primera vez la sensación directa de la muerte. Hasta entonces yo había visto fotos en los periódicos, imágenes en la televisión, nada comparable a aquello.

-Humanizó al muerto.

-Exacto. Ver la caja me llevó a pensar en los hijos, en la mujer, en que aquellos hechos tenían una onda expansiva mucho mayor. Yo ya escribía poemas pero me dije que algún día escribiría sobre esto. Preguntarme qué pasa al día siguiente de que el muerto ocupe un lugar en los periódicos me hizo novelista. Se suele hablar del silencio pero he descubierto que el más impresionante es que de las madres, viudas de asesinados, que no saben si contar a sus hijos pequeños lo que ha pasado o esperar más adelante para protegerlos y evitar que crezcan con dolor.

-Usted vive en Alemania, donde se ha hecho un gran esfuerzo para elaborar el sentimiento de culpa de un pasado atroz. ¿Cree que en Euskadi están en la buena dirección?

-A los alemanes les costó tiempo. La primera generación tras la segunda guerra mundial guardó silencio porque necesitaban ordenar sus vidas, trabajar y criar a sus hijos. La generación posterior se lo reprochó. Yo soy reacio a hablar de la sociedad vasca como un todo, porque no es homogénea, pero estos días se me ha acercado mucha gente a pedirme una firma. Me comentan sus reacciones de lectores y cada uno lo vive y lo expresa a su manera. Pero es verdad, las cosas van bien encaminadas y la prueba es que yo he aportado una novela de la que se habla mucho en los medios y esto hace que la gente escriba y reflexione. Hay que crear testimonio, materia recordable y si las personas tienen acceso a ella, los ciudadanos vuelven a posicionarse.