Se han levantado a las seis de la mañana para estar todo el día de entrevistas. «Aún estamos vivos», suspira Mikel Izal. «Pero cuando nos quejamos nos acordamos de cuando nadie nos entrevistaba y entonces se nos pasa». Izal, la banda madrileña, cierra la campaña de Copacabana con una tanda de conciertos cuya penúltima cita será en la sala Multiusos del Auditorio de Zaragoza el 18 de febrero para culminar una semana después en Madrid, con todo el papel vendido.

—Tras año y pico de gira, ¿Izal sigue siendo la misma banda?

—MIKEL IZAL. Después de 70 u 80 conciertos ha habido una evolución, aprendes mucho y las canciones se han rodado. Hemos tenido la suerte de tocar ante más gente de la que nunca nos habíamos imaginado.

—Tienen fama de banda festivalera. ¿Lo asumen?

—M. I. Pues en el 2016 hicimos la mitad de festivales que en el 2014, 14 creo, pero ahora nuestro nombre va en letras más grandes. Pero, vamos, encantadísimos.

—Tampoco es una acusación.

—M. I. Claro, es como si a Springsteen se le reprocha que toque en un estadio noche tras noche. Nosotros ese ritmo lo hemos aguantado bien. No recordamos una noche en la que no quisiéramos salir al escenario.

—Aunque puede pasar que los festivales condicionen la manera de componer: hacer canciones para que la gente bote.

—M. I. Jamás pienso en el escenario cuando compongo. Es algo muy íntimo. A veces salen ritmos bailables y a veces nada de eso, e igualmente el público lo canta y lo baila todo. Nuestro público lo hace todo muy grande. Son ellos. Y ahí da igual el tempo, la estructura... Pequeña gran revolución no la baila nadie, pero la cantan de tal forma que da igual. Están bailando con el corazón.

—¿Qué les pareció el último disco de Love of Lesbian, su respuesta a la tiranía del ‘hit’ festivalero?

—M. I. Ellos llevan ya bastante tiempo haciendo lo que les da la gana. Creo que siempre lo han hecho. Hay un momento en que esas cápsulas musicales que son las canciones te salen más parecidas a lo que es un hit y otras que no. No creo que Santi [Balmes] y compañía piensen que su disco no tiene hits. Fue sincero porque hicieron lo que les apetecía. Nosotros con la canción Copacabana no sabíamos qué pasaría, con esos 25 segundos a capela para empezar. Fue un éxito, pero podría no haberlo sido.

—¿Hay una generación de público que entiende el hit de otra manera, más allá de las fórmulas de otros tiempos?

—M. I. Sí, creo que ya no hace falta hacer un Girls just wanna have fun. Que la radiofórmula y la televisión generalista hayan perdido peso específico hace que la gente esté más abierta y escuche otras cosas, educando el cerebro a no necesitar el esquema estrofa, estribillo, estrofa.

—ALEJANDRO JORDÁ. Aunque más antiguamente había temazos de éxito que no eran así…

—M. I. Como Bohemian rhapsody, de Queen. Pero lo que hemos vivido nosotros desde los 14 años era lo que ponían en la radio y la tele.

—¿Qué les marcó en su adolescencia?

—ALBERTO PÉREZ. A mí, Dire Straits.

—M. I. Queen.

—A. J. Beatles y Crowded House.

—Pronto comenzarán a preparar el que será su próxiomo disco. ¿Hacia dónde se dirigen creativamente?

—M. I. Tenemos ganas de probar instrumentación nueva. La txalaparta, por ejemplo, nos llama la atención.

—A. J. Yo me he comprado un hang.

—A. P. Y a mí me están fabricando un pedal steel. Me gustaría pasarlo por la pedalera de efectos y fabricar algún loop.

—M. I. Es factible que antes de terminar el 2017 haya disco, pero ahora mismo nos permitimos el lujo de no tener prisa.