En la última novela protagonizada por el comisario Ricardo Méndez, Enrique González Ledesma hacía caer a su personaje abatido por las balas. Aunque no queda claro si muere, Victoria González Torralba, hija del escritor fallecido hace ahora dos años, aclara que no habrá resurrección milagrosa. «No tendrá más historias. Méndez ya está, se ha acabado, se ha cerrado el círculo», explica. El círculo se ha cerrado con el eslabón que faltaba, la novela sobre la juventud de Méndez que González Ledesma quería escribir y se dejó en el tintero: Llámame Méndez (Planeta), que esta semana llega a las librerías.

«Habíamos hablado hace años con mi padre de que tenía que hacer una precuela. Sabemos que Méndez es un tío cínico, al que le gusta leer, que vive solo en una habitación del Barrio Chino, pero no sabemos por qué ha llegado a este punto, por qué es un tío que tiene maneras fachas pero que es sensible a las injusticias, y era necesario explicarlo. Él lo tenía en mente, pero el problema era que mi padre siempre tenía muchas novelas en la cabeza y esa quedó en el aire. Lo único que falla es que no está él para hacerlo», explica González.

Charlas y memorias

Para la periodista, Llámame Méndez es su primera novela y, además de esas conversaciones, ha tomado como referencia para reconstruir esa Barcelona de 1945 las memorias de su padre, Historia de mis calles.

Méndez, con 17 años, encuentra asesinada en Montjuïc, con los intestinos de un animal alrededor del cuello, a una chica en la que está interesado. Huérfano después de que sus padres muriesen en los grandes bombardeos italianos sobre Barcelona en 1937, «no va con el lirio en la mano, pero esa investigación le hace ir descubriendo que las apariencias engañan, que la gente que él cree que conoce puede ser muy diferente de lo que piensa. Va encontrándose con personajes del Distrito Quinto hasta que descubre al asesino, de manera paralela a la investigación del comisario Castañeda», relata la autora.

Ese personaje, el comisario Castañeda («veterano de la División Azul, que tendría que estar con los ganadores pero desencantado, un falangista a quien no le gusta Franco, que cuando vuelve de Rusia ve a una España cutre de estraperlistas»), y el tutor de Méndez («Raimundo González, un maestro republicano, que es un perdedor de manual, con unos grandes ideales a los que ha tenido que renunciar») explican el origen de las dos almas del futuro comisario.

«Lo esencial de Méndez -apunta- es que es un tío con formas de derechas y corazón de izquierdas, quiere más la justicia que la ley, estar en la calle que en los archivos, le gusta la lectura, y desde mi punto de vista su formación era de izquierdas, pero es alguien que ha evolucionado en una dictadura, que ha vivido un país triste y amargo».

Represaliados

En la figura del maestro, un republicano que debe acomodarse a una situación hostil, se podría reconocer a muchos de los integrantes de la plantilla de Bruguera, empezando por el factótum de la editorial, el señor González, tío de González Ledesma. «Una de las ideas era poner al tío González, pero no me acababa de encajar; aunque, en cierta forma, en Raimundo están estos depurados que se tenían que buscar la vida de alguna manera, que tenían un gran talento y un gran futuro que se fue a la mierda de golpe porque estaban en el lado equivocado. Sí, la idea del tío González está aquí». Era, dice, «una persona especial, ni era simpático ni se hacía querer, pero adoraba a mi padre; tenía una personalidad difícil, pero era un hombre que había sufrido mucho. Y si mi padre, que era el abogado de Bruguera pero no lo pudo soportar porque se sentía más al lado de los autores que de la empresa, escribió, fue en el fondo porque él siempre le apoyó en este sentido, porque también era algo que no pudo hacer nunca».

Con Castañeda, Victoria González se enfrenta al reto de cómo hacer que el lector empatice con un personaje que lo tiene todo en contra, un policía falangista en los años duros del franquismo. «Yo tenía claro que Castañeda tenía que ser el personaje antipático, desagradable, pero que tenía que funcionar la relación con Méndez, que acabase habiendo un cierto afecto, que explicase qué sucede después. Es fácil empatizar con Castañeda -apunta- porque a todos nos gusta un tío que es valiente, ha sufrido y ha luchado por sus ideas, aunque no las compartamos, y no por su conveniencia. Y al final de la novela, cuando ha de dar la talla, la da».