Los buenos artistas hallan la mejor inspiración en las limitaciones, y no hay mejor prueba que la obra reciente de Jafar Panahi. Desde que en el 2010 la justicia de su país le prohibió hacer películas y viajar al extranjero durante 20 años, el iraní no solo ha seguido contando historias filmadas; la necesidad de esquivar el veto ha hecho de ellas obras que no son ni ficciones ni documentales y que, de forma ingeniosa, cuestionan su propia naturaleza. Mientras, cuentan cosas trascendentes sobre el contexto personal y social en el que han sido creadas.

La primera escena de 3 faces, que Panahi presentó ayer en Cannes in absentia, es un videomensaje telefónico en el que se ve a una joven explicando su desesperada situación y, acto seguido, ahorcándose. En la siguiente, vemos a Panahi -se interpreta a sí mismo- viajando en coche junto a la actriz Behnaz Jafari tras recibir el vídeo; se dirigen al pueblo del que la presunta víctima procedía para desentrañar el misterio. ¿Es la muerte real o una ficción? La pregunta también es aplicable a lo que estamos viendo. Cierto que 3 faces adopta maneras más cinematográficas que las obras más recientes de Panahi, pero sigue jugando al despiste, como demuestra esa escena en la que recibe una llamada de su propia madre, que le pregunta si está rodando. Claro que no, contesta, está prohibido.

Lo que se nos propone, en todo caso, es más que un mero juego metatextual: el retrato de una sociedad en la que imperan tradiciones y normas destinadas a deificar la masculinidad, y que a menudo causan terrible sufrimiento. Sobre todo a las mujeres, privadas de la posibilidad de decidir su propio futuro y a quienes, en general, se trata peor que al ganado.

En el proceso, 3 faces logra implicarnos en su investigación como lo haría un thriller, pero al mismo tiempo avanza a un ritmo relajado, dotada de un tono casi jovial. Sin embargo, bajo esa aparente placidez, aloja un inconfundible poso de melancolía y amargura. De nuevo, resulta difícil categorizar las historias que el iraní cuenta. Que cada uno las llame como quiera. Lo importante es que las siga contando.

Las chicas del sol, presentada también a concurso, comparte muchas de las inquietudes temáticas de 3 faces y muy poca de su pericia. Mientras retrata a una guerrilla de mujeres kurdas que combaten al yihadismo, la francesa Eva Husson pone imágenes a todas esas pavorosas historias que hemos leído sobre mujeres empujadas por el ISIS al esclavismo sexual y vendidas como si fueran carne. El asunto es una inhumanidad de la que quizá no se haya hablado lo suficiente, y eso basta para otorgarle cierto valor. Pero para tratarlo abusa de torpezas y trampas dramáticas: los personajes jamás resultan creíbles, sus palabras son casi siempre pura exposición y los intentos de conmovernos resultan histriónicos. En última instancia, se revela como una obra deshonesta, que usa su enfoque feminista y su urgencia política para darse unos aires de importancia que por méritos artísticos no merece.