Siempre atento a las formas de lo popular, Santiago Auserón eligió el adjetivo vagamundo en vez del más culto vagabundo para dar nombre al espectáculo en el que revisa sus canciones con el acompañamiento de una orquesta sinfónica. Se salta así la recomendación del Diccionario Panhispánico de Dudas en lo que viene a ser como una metáfora de mandar el canon al carajo. Esta actitud está en sus genes de artista, de la misma forma que lo está indagar en el origen de las músicas y en la métrica que configuran sus letras, para armar un cosmos sonoro personal, pero anclado en una gozosa multiplicidad musical que puede ir, por ejemplo, desde la Sevilla del Siglo de Oro a la Nueva Orleans del siglo XX. No le asustan, por otra parte, las aventuras destinadas a poner en común músicas y músicos, búsquedas y hallazgos y maneras diferentes de abordar el hecho artístico.

De ahí, por ejemplo, su trabajo con la Original Jazz Orquestra, del Taller de Músics de Barcelona, y con diferentes orquestas sinfónicas (de Castilla, Córdoba, Valencia y Murcia), en conciertos generalmente conducidos por Ricardo Casero, director de la Orquesta Reino de Aragón, formación con la que el sábado actuó en el Palacio de Congresos de Huesca, y ayer, en el Auditorio de Zaragoza. La Orquesta Reino de Aragón es una agrupación privada, fundada en 2011 por el músico aragonés Sergio Guarné, y formada por un buen número de solventísimos instrumentistas de procedencias diversas. Es una orquesta versátil que resuelve con acierto tanto el ataque colectivo como los detalles parciales.

Auserón, por su parte, es consciente de que trabajar con una formación así le obliga a una disciplina vocal que poco o nada tiene que ver con la libertad que maneja en sus actuaciones en solitario o con pequeños grupos, donde puede jugar, entre otras cosas, con la improvisación; la contrapartida a este hándicap es una nueva sonoridad para su cancionero y, sin duda, toda una experiencia como intérprete que procede de la música popular. Amparo Edó firma los arreglos de las piezas que conforman el programa de Vagamundo. Amparo ha hecho un trabajo notabilísimo, aunque no brilla con igual intensidad en todas las canciones. Anotemos también el hecho de que en algunos pasajes del concierto la potencia de la orquesta engulle al cantante, y la circunstancia de que a Santiago le cuesta un poco sentirse suelto (vocal y escénicamente) en el arranque de la actuación.

Así las cosas, el capítulo de lo correcto pero discreto entraron las primeras canciones del repertorio: Río negro, Pies en el barro, Duerme zagal, El mirlo del pruno, El forastero y La misteriosa, todas, salvo la última, que grabó en Cantares de Vela (2002), procedentes del álbum Río negro (2011). Pero el viento cambió a partir de El carro (de Mr. Hambre, 2000), con un Auserón ya centrado, montado en un vaivén musical de aires españoles de ida y vuelta, de copla y de pasodoble. Luego, en No más lágrimas (otra de Cantares de Vela), el cantor ejerció de arrebatador crooner, con arreglos de negritud. Un atractivo Obstinado en mi error (de La huella sonora, 1997), dio paso una Reina zulú llevada casi a los patrones de Orfeo Negro, detalle que viene al pelo para destacar cómo los arreglos de Amparo Edó recrean evocadoras atmósferas de banda sonora. El singular y cinético cubaneo sinfónico de Fonda de dolores (de Raíces al viento, 1996) precedió a Luz de mis huesos (de El viaje, 2016), con sabor a score de película de Wilder. Después, Annabel Lee, una canción de Radio Futura que Santiago dedicó a su hermana Teresa, fallecida recientemente, se reveló como uno de los momentos más intensos de la velada: la pieza arranca como un himno y toma después un marcado ritmo sincopado que anima al cantante a las variaciones vocales. Con La mala fama (de Cantares de Vela) intérprete y orquesta quisieron decir adiós, pero... ¿quién es el guapo que en Aragón se va de un concierto sin echar unos bises? El desterrado (de El viaje), resaltando la cadencia de vals criollo; la siempre esperada La negra flor y El Canto del gallo (ambas del álbum La canción de Juan Perro, 1987, de Radio Futura) cerraron, ahora sí, el concierto, que contó con la participación de Joan Vinyals, guitarrista habitual de Auserón.

¿Y al final de la rambla? Pues un proyecto estupendo que asentará su potencial con el rodaje, y la constatación de que hay artistas que para dar nuevos bríos a lo popular pasan olímpicamente del diccionario. ¡Bien hecho!