Fueron genios artísticos desde su infancia. Se sintieron atraídos por París en su juventud. Rechazaron las enseñanzas académicas. Les apasionaban las obras de Degas y El Greco. Dominaban el dibujo y tenían predisposición especial hacia la caricatura. Nunca se llegaron a conocer personalmente. Cuando Picasso nació artísticamente, Lautrec estaba agonizando físicamente. El francés influyó en el malagueño a lo largo de toda su carrera. De hecho, el creador del Guernica nunca se separó de una foto del maestro que mejor exploró los burdeles parisinos.

Ambos -imprescindibles para entender la vanguardia artística- conversan ahora en el Museo Thyssen-Bormemisza (Madrid), que, dentro de los actos para conmemorar su 25º aniversario, organiza una exposición conjunta. Es la primera vez que se confronta la obra de Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) con la de Henri Toulouse-Lautrec (1864-1901) en una muestra. Unas cien piezas dialogan gracias a la aportación que han realizado unas 60 colecciones públicas y privadas de todo el mundo.

Cuando en 1900 Picasso visitó por primera vez París, Lautrec -cuya vida artística apenas duró 15 años- estaba ya muy enfermo (sufrió problemas de alcoholismo y murió un año más tarde). La obra radical de Lautrec, su modo de percibir la modernidad y su manera de reflejar los excesos de las noches parisinas produjo un fuerte impacto en el joven Picasso.

Placer grueso y ruidoso

Comisariada por el catedrático Francisco Calvo Serraller y la jefa de conservación de pintura moderna del Thyssen, Paloma Alarcó, la muestra está divida en apartados: bohemios, bajos fondos, vagabundos, ellas y eros recóndito. Pasear por sus salas es sumergirse en el mundo nocturno de los cafés, los teatros, la cruda realidad de los seres marginales y el erotismo de los burdeles (donde Lautrec, de cuna aristocrática, llegó a vivir). No hay ni un solo paisaje en la muestra. No les interesaba. No eran impresionistas.

Viendo y comparando ambos trabajos uno puede fabular, aunque sea por unos minutos, con la idea de que el joven Picasso pudo haber sido una especie de reencarnación de Lautrec. «Es harto improbable que Lautrec llegara a tener noticias de Picasso. Pero para el malagueño, el francés fue una referencia crucial incluso antes de ir por primera vez a París». La primera sala deja claro el diálogo entre ambos artistas, que usaron la caricatura para experimentar con sus propias imágenes. Sendos autorretratos lo confirman, igual que Busto de mujer sonriente (Picasso, 1901) frente a Jane Avril (Lautrec, 1892).

Como su admirado Lautrec, Picasso desarrolló una curiosidad insaciable por los excesos de la noche de París y los cafés y teatros de Montmartre, donde el placer era grueso, ruidoso, indecoroso y excesivo. En este apartado, En el café: el cliente y la cajera anémica (Lautrec, 1898) dialoga con Los clientes (Picasso, 1901).

El lado lúdico y espontáneo del circo también marcó a fuego a ambos, obsesionados por arlequines y saltimbanquis, aunque fueron las prostitutas las que más lazos artísticos crearon. Con una diferencia. El francés tenía un punto de vista empático (las retrató mientras se aseaban, se aburrían o se mimaban) y el malagueño poseía una mirada erótica, casi pornográfica. Picasso abordó los temas sexuales con un erotismo carnal y, en ocasiones, violento. Las obras de Lautrec -La cama (1898), Desnudo de pelirroja agachada (1897)- eran más simbólicas y delicadas.

Comparar el trabajo de los dos, buscar los vínculos presentes de forma más o menos velada en sus obras, resulta hoy un ejercicio tan intrigante como apasionante.