MARIANO BARBASÁN

LUGAR Museo de Zaragoza

FECHA Sala 23. Exposición permanente

El audiovisual sobre Goya que ocupa la última de las salas dedicadas al pintor en el Museo de Zaragoza (sala 20) minimiza el tremendo contraste que supondría en el espectador encontrarse con las obras de Unceta (sala 21) seguidas de las de Gárate (sala 22) y Barbasán (sala 23) antes de salir al pasillo donde se agolpan en desastroso montaje las de Marín Bagüés.

La noticia es la reestructuración de las obras de Mariano Barbasán (Zaragoza, 1864-1924) en la sala 23 del museo. La brevísima secuencia de pinturas se acompaña de la exposición de varias de las cartas que el pintor envió desde Italia a sus amigos de Zaragoza. Para facilitar la comprensión del espectador, las obras se acompañan de textos serigrafiados, de mayor tamaño incluso que el de las propias obras. Son comentarios que contextualizan y cuentan lo que la pintura desvela pero no propician lecturas más ambiciosas; que las hay.

A pesar del número limitado de pinturas, el Autorretrato (1887) de corte académico permite iniciar la evolución de la pintura de Barbasán, que superó las notas pintorescas de sus primeros paisajes (Plaza de la Retama, Toledo, 1887) para fijar la atención en la interrelación del hombre y sus costumbres en el paisaje, captado al aire libre con gran detallismo y preocupación por la luz (Plaza Anticoli Corrado. Hora del ordeño, 1922). La exposición del boceto y de la pintura definitiva de Un rincón de Toledo (1887) permite conocer el método de trabajo de Barbasán: el boceto, sobre tabla, lo realizó frente al motivo; ya en el estudio, trasladó los apuntes captados directamente a un lienzo de tamaño ligeramente mayor. Además de los bocetos Barbasán se sirvió en su pintura de la fotografía, como se observa en la imagen y cuadro Plaza Anticoli Corrado (1922), y también en la divertida escena dramatizada que los hermanos Barbasán interpretaron para servir de modelo al cuadro El sueño de San José (1887) que le valió la pensión en Roma de la Diputación de Zaragoza. Barbasán viajó a Roma en 1888; desde allí y desde los pueblos cercanos --Cervara di Roma, "emporio del aburrimiento"; Subiaco, Saracinesco y Anticoli Corrado-- escribió a sus amigos Gaudencio Zoppetti y esposa, contándoles sus experiencias italianas y recordando Zaragoza. Las extraordinarias dotes para el dibujo de Barbasán quedan plasmadas en las ilustraciones que llenan las cartas. Frescas, vibrantes, modernas y llenas de humor, ajenas a la repetición de las fórmulas pictóricas que tanto éxito comercial le dieron. Llama la atención que los estudiosos de la obra de Barbasán no hayan reparado en la fértil relación de esos dibujos, e incluso también de sus vistas de paisajes, con los entretenimientos de los espectáculos ópticos, cuadros vivientes, teatros pintorescos-mecánicos, sombras chinescas o zootropos que, sin duda alguna, Barbasán conoció y disfrutó en Valencia, donde cursó estudios en la Academia de San Carlos, entre 1879 y 1885.