Que las palabras a un lado y al otro del Atlántico pierden el sentido y se vuelven otra cosa es algo que el escritor peruano, de origen japonés, Fernando Iwasaki (Lima, 1961) lleva constatando, coleccionando y estudiando desde hace tiempo. Su posición para ello es privilegiada, porque ha pasado más de la mitad de su vida en Sevilla, donde imparte clases en la Universidad Pablo de Olavide.

El resultado de ese interés es Las palabras primas (Páginas de Espuma), un conjunto de artículos y diversos escritos, muchos de ellos para ser leídos en voz alta en presentaciones y conferencias en las que el historiador y filólogo da rienda suelta a sus intereses, a través de un humor zumbón y característico explorando a la vez el sustrato de las expresiones que surgen, mutan o desaparecen o bien se acantonan en nuestros recuerdos marcadas por los sentimientos.

Premiado en Málaga

El libro, que ganó el Premio Málaga de ensayo, encadena una divertida reflexión: si existen los números primos, ¿por qué no van a existir las palabras primas con polisemias que propician que «una prima hermana» acabe convertida en una «prima de riesgo»? «Las palabras primas son aquellas que se prestan a los juegos y las que siempre nos permiten hacer cosas con la lengua», asegura, maliciosamente, Iwasaki. También malicioso es el artículo, La polla de Cervantes, que explica la deriva de la palabra que empezó vinculada a los juegos de azar y acabó como órgano genital masculino por la sencilla razón de que esta palabra denominaba originalmente una apuesta. Ese envite se hacía en el llamado juego del hombre, lo que, naturalmente, propició diversos juegos de palabras en los que el hecho de que una polla entrara doblada no era una expresión malsonante y se podía apostar una «polla como una olla». A finales de 1700, el juego del hombre pasó a llamarse más asépticamente tresillo y la polla en esa acepción) fue arrinconada, pero no así en el lenguaje común. Hoy en buena parte de Latinoamérica designa la lotería.

También se persigue en el libro, entre otras derivas que van más allá de lo curioso, el origen, por ejemplo, del vocablo patata. Para bochorno de los conquistadores españoles, solo atentos a saquear el oro y la plata, su verdadero uso tuvo que llegar a España a través de los franceses. Las descubrió para el Viejo Mundo el célebre pirata Francis Drake, quien las encontró por casualidad, las sembró en su propio barco y se las regaló a la Corona inglesa. De ahí pasaron a los alemanes, hasta que las tropas napoleónicas las trajeron a España a la parmentier ya que aquí a nadie se le había ocurrido comérselas.

«La patata aparece en Las alegres comadres de Windsor y Troilo y Crésida, de William Shakespeare, pero no hay una sola línea del Quijote que hable de ella», subraya. Ese capítulo surge de una conferencia que le encargaron a Iwasaki en el Festival de la Palabra en Puerto Rico y que él tituló Cuando las papas (por patatas) queman, una expresión peruanísima que significa que la cosa está que arde; pero le cambiaron el título sin mala intención y pusieron La papa caliente, lo que en Perú hace alusión al sexo femenino en su máxima excitación.

La centralidad, en apuros

Para el autor, la tesis central del libro es que actualmente no existe, como en el pasado, un lugar de centralidad inamovible para el castellano, lo que hace que las palabras se hayan mantenido o transformado aquí y allí, y que, pese a la riqueza léxica, se compliquen sobremanera las artes de la traducción, ya que en Argentina aceptan a regañadientes los modismos españoles y viceversa. «En los años 50, muchos escritores latinoamericanos se vieron obligaron a venir a España para ser reconocidos y ahora ya no es así. Buenos Aires es un lugar central en la cultural y México todavía más. Además, ese prestigio no te lo dan necesariamente las editoriales grandes, sino las pequeñas y prestigiosas».