GÉNESIS

AUTOR Félix de Azúa

EDITORIAL Random House

Félix de Azúa lleva varios años merodeando el autorretrato y eludiendo, con su proverbial agudeza, incurrir en él francamente. Ese arte del escamoteo --el escribir sobre sí mismo como si no lo hiciera-- es el que confiere valor sus dos autobiografías y es el mismo del que ahora hace alarde en Génesis. Como en Azúa casi nada es convencional, esta novela sobre el mito del origen tampoco puede serlo. Sin encogerse ante el riesgo de no ser entendido, el escritor entrelaza dos historias bien distintas: una peculiar recreación del Génesis bíblico y los avatares de una familia de exiliados vascos en la Venezuela de los años cincuenta. En la primera, asistimos a la Creación desde el vacío, obra de un dios belicoso que ha exterminado a la caterva de los otros dioses y engendra el mundo; en la segunda, a un episodio en ese mundo, el desamparo de una joven madre, Mariló, tras enviudar de su esposo y encontrarse con una deuda inesperada.

Azúa alterna los relatos, exhibiendo su habilidad en el manejo irónico de dos registros, el mitopoético que requiere el relato sagrado y su tumultuosa prole cainita, y el costumbrista de la historia venezolana. Quizá le choque al lector esta dualidad, cuya relación de contrapunto no es visible hasta avanzada la novela, y es posible que se pregunte por el sentido del relato bíblico, al que hará bien en conceder el beneficio de la duda mientras es arrastrado por el destino de Mariló. Y aún hará mejor en fijarse en la escena mágica de la que parte este segunda narración, construida en torno a un padre enfermo, un piano y una niña que acude al reclamo de unas notas de Mozart. Desde ahí Verónica será el secreto sustentáculo de toda la novela, el nudo invisible en el que se unen el rencor por el abandono y el don para fundar paraísos.

Poco a poco, Azúa revela que no le interesa una reescritura posmoderna del Génesis, sino que su propósito es referir la génesis de su narrador como uno de tantos seres humanos que siguen la pauta del mito genesíaco: el de nacer desde la confusión y el caos, gravados con la culpa y nostálgicos de una Arcadia ilusoria. Y nacer no es lo mismo que haber sido parido, puesto que "hay quien no nace nunca" a la consciencia, manteniéndose en un estado de satisfacción de los instintos y los instantes. Al narrador lo nació aquella niña herida por la sonata de Mozart, de ahí la necesidad de remontarse a la fábula de su infancia afligida por dos paternidades frustradas. Como hijo de Caín, el narrador cargó con su culpa y aspiró a regresar al Paraíso originario por el único camino practicable, el del arte, la música y la literatura, en busca de la redención o al menos una catarsis.

EL CONSUELO DE LA BELLEZA Así, lo que cuenta esta novela no es lo que parece, no es el tenso pulso entre un hampón, Alvise Delicato, y un mocetón vasco, Álvaro, dispuesto a salvar a su prima Mariló. Es la historia de cualquiera que haya experimentado la exaltación y la culpa, pero sobre todo de quien ha entregado su vida al cultivo de lo que ofrece una purgación a través de la hermosura.