Reconozco que no he visto el ya famoso programa de Évole donde se ocupa de la industria porcina, parte de ella para ser exactos. Lo que da igual, pues a tenor de los comentarios escuchados y leídos uno ya se hace una idea más o menos cabal. Y es verdad que se dan esas situaciones, como no lo es menos, que el periodista ha elegido solamente una parte de la realidad -mínima o no, es otro problema-, para lograr su propósito, aparecer en la agenda.

Asunto sensible en esta comunidad donde la administración ha apostado por un porcino intensivo, modelo más que discutido y discutible. Donde, ciertamente, existen falsos autónomos y las condiciones laborales de los trabajadores de mataderos suelen ser precarias, pero también disponen de una seguridad alimentaria suficientemente garantizada y supone un modo de ganarse la vida para muchos agricultores aragoneses.

No hay más cera de la que arde. Si la ciudadanía quiere comer carne barata y en abundancia, estas fábricas resultan imprescindibles. Si el consumidor apuesta por carnes de cerdo más sabrosas y saludables, deberá encontrarlas en otros lugares, más allá de los supermercados de ocasión, y pagar su precio justo.

El problema aparece cuando la administración opta únicamente por el modelo industrial, imponiendo unas normativas que dificultan sensiblemente el trabajo de los pequeños y medianos artesanos agroalimentarios, la queja más frecuente en el sector, como podrán leer en el Gastro de este bimestre.

Si vivimos en una economía libre de mercado, que lo sea. Y hasta se pueden entender las ayudas otorgadas a las grandes corporaciones porcinas -titulares, centenares de puestos de trabajo, etc.-, pero lo que resulta inadmisible son las trabas a los pequeños, los que viven y mantienen nuestros pueblos.

Y que dejen a uno gastarse en una buena longaniza o un sabroso cerdo criado en libertad, lo que se ahorra en gasolina y teléfonos inteligentes. ¿No somos liberales?