Vender 20 millones de libros en todo el mundo es algo que pasa (si es que pasa) «una vez en la vida». A sus 44 años, la experiodista Paula Hawkins es consciente de jamás volverá a tener un éxito como La chica del tren, la primera novela que firmó con su nombre tras escribir (por encargo) otras cuatro de corte presuntamente romántico y que fueron un batacazo comercial y personal. Hawkins (nacida en Zimbabwe, aunque a los 17 años desembarcó en Inglaterra) promocionó en Madrid Escrito en el agua (Planeta), thriller psicológico en el que narra la asfixiante vida en un pequeño pueblo donde una mujer aparece muerta.

-La chica del tren fue, y sigue siendo, un fenómeno editorial. ¿Puede hacer usted una vida normal?

-Sí, exactamente igual a antes de publicarse la novela. La gente no me reconoce por la calle.

-¿Es más feliz ahora que cuando ejercía el periodismo económico y entrevistaba a grandes magnates?

-Sí, disfruté con ese oficio [heredado de su padre, corresponsal de Financial Times en Zimbabwe], pero no se me daba bien. Soy más feliz inventando historias que intentando sacar la verdad de las personas a las que entrevistaba.

-’Escrito en el agua’ le ha llevado tres años. Afirma que lo ha pasado «fatal». ¿Por qué, si adora escribir?

-Porque no me dejaron estar tranquila en casa, que es lo que quería. La promoción de La chica del tren y su adaptación al cine me robaron mucho tiempo.

-¿No le han dado ganas de quedarse en casa y evitar los viajes para vender ‘Escrito en el agua’?

-Cuando firmas un contrato con un editor, te comprometes a entregar un libro, pero también a ayudar en la promoción. Si no quieres hacerlo, debes advertirlo al principio.

-En su opinión, lo que ha ocurrido con ‘La chica del tren’ no tiene una explicación fácil y única. «Es alquimia, cosas que suceden», afirma.

-No soy capaz de explicar lo que ha ocurrido con mi novela, de verdad. Si lo supiera, repetiría una y otra vez la fórmula para conseguir el mismo éxito. A ver, soy consciente de que al público a lo mejor le gustó mucho el ritmo del libro. O el personaje de Rachel, alguien poco usual con el que te podías identificar o molestar al mismo tiempo.

-En su nuevo trabajo insiste en la memoria. Es fundamental, es lo que nos hace ser las personas que somos.

-Cuando alguien tiene demencia y no recuerda cosas empieza a perder la personalidad, pierde conexiones con la familia. Y me fascina la manera en la que la memoria nos puede engañar.

-Haga memoria. Usted dice que la experiencia de aterrizar en Inglaterra con 17 años desde su país de origen la convirtió en la novelista que es ahora.

-Me mudé a un lugar al que no pertenecía y me sentía como una outsider. Desarrollé una relación diferente con la gente de allí, les observaba, pero no me sentía conectada con ellos. Eso es algo que, creo, tenemos en común todos los escritores: una capacidad para mirar desde fuera.

-Además, otro tema que aborda en ‘Escrito en el agua¡ es la violencia sobre la mujer.

-Es un problema persistente. Desconozco las cifras en España, pero en Inglaterra dos mujeres mueren cada semana a manos de sus parejas o exparejas. Como sociedad, creo que tenemos que cambiar el enfoque. A veces, en los medios de comunicación se deja ver la posibilidad de que las mujeres han buscado esa violencia, como si ellas fueras las responsables.

-¿Violencia machista es que te pregunten por qué no tienes hijos, como le ha pasado a usted en varias ocasiones?

-No lo llamaría violencia, pero desde luego es muy machista. Todas las mujeres seguimos teniendo que enfrentarnos a ese tipo de preguntas mientras que a los hombres no les pasa.

-Sus novelas constatan que todos tenemos un lado oscuro.

-Todos tenemos una capacidad de comportarnos de manera extrema en circunstancias extremas, ya sean buenas o malas. En determinadas crisis vemos a personas heroicas y todo lo contrario.