Solo en su primer fin de semana en la taquilla americana, Déjame salir recaudó siete veces y media (29,7 millones) lo que costó (poco más de cuatro millones). Y ahora lleva recaudados solo en su país más de 156 millones, es decir, 39 veces su presupuesto. Nada mal para una película sin reclamos claros, con una pareja protagonista poco conocida y un director debutante. Desde el viernes podemos comprobar en nuestras salas a qué viene tanta pasión. Spoiler: hay motivo.

Está por ver, sea como sea, si aquí se recibirá con igual entusiasmo una historia que apela directamente a unas tensiones quizá más fáciles de reconocer en el seno de la sociedad americana. La película se ha sentido allí como una triste catarsis; una compensación al racismo legitimado por el discurso de odio de Donald Trump, a la evidencia de que, después de todo, igual la sociedad posracial de la que tanto se habló durante la era Obama era pura impostura.

Su director, Jordan Peele, cómico metido a cineasta, define su ópera prima como «thriller social», pero Déjame salir es durante gran parte de su metraje una película de terror (con pequeños respiros de humor). La pesadilla de un joven afroamericano, el prometedor fotógrafo Chris (Daniel Kaluuya, visto en Black mirror), mientras visita la casa de campo de los padres de su novia blanca (Allison Williams, la Marnie de Girls). Sin entrar en más detalles, diremos que ese paisaje idílico de élite liberal revela pronto grietas turbadoras.

MIEDOS DE UN HOMBRE NEGRO / Peele empezó a dar vueltas a la idea de Déjame salir en el 2008, después de dejar el programa de sketches MadTV y antes de iniciar (también como productor) otro programa, Key & Peele, en compañía de su colega Keegan-Michael Key. En su primera visión no importaba tanto el componente racial como, solo, el hecho de sentirse fuera de lugar, extraño en un ambiente que no es el tuyo.

Pero muy pronto advirtió que hablar sobre las tensiones inherentes a ser negro en Estados Unidos, aquí y ahora, le permitía complicar la madeja psicológica y hacer algo tan poco usual como explorar cuestiones raciales desde la órbita del terror, igual que Key & Peele se había atrevido a hacer preguntas polémicas desde el ángulo del humor. Creyó que nadie se atrevería a producir esa película, pero la escribió para ejercitar su músculo de guionista.

¿Qué pasaría si se combinara la premisa de Adivina quién viene a cenar esta noche con dos adaptaciones de Ira Levin como Las mujeres de Stepford (original, no remake) y La semilla del diablo, cambiando sexismo por racismo? Peele dio forma a esta idea sin pretensión de cumplir con ella su sueño de adolescencia: ser director de cine. Pero hace tres años, QC Entertainment se entusiasmó con el proyecto, al que después se sumó un productor, Jason Blum, conocido por su olfato para convertir proyectos baratos de terror (Paranormal activity costó 13.000 euros) en grandes éxitos e incluso franquicias rentables.

CUESTIÓN DE RAZA / El género del terror había sido bastante ajeno a cuestiones raciales hasta La noche de los muertos vivientes (1968), considerada en su día por Cahiers du Cinéma como un grito de combate contra el racismo estadounidense. Según sostiene Jason Zinoman en su libro sobre la apertura del terror a la realidad social Shock value, «las lecturas políticas de la película y su éxito se debían sobre todo a que fuera una de las pocas películas de su tiempo con un héroe afroamericano. Duane Jones interpreta al desafiante Ben con la dignidad de un líder de los derechos civiles».

Peele suele asegurar que desde aquel clásico nadie se ha atrevido a hacer cine de terror en torno a cuestiones de raza. Si un negro aparece en pantalla en un filme de terror, suele ser para morir pronto o jugar del lado de la parodia. Él cita un par de rarezas reivindicables como El sótano del miedo, de Wes Craven, con personajes negros y pobres enfrentados a un enemigo blanco y avaricioso, o la terrorífica Candyman, de Bernard Rose, sobre un esclavo resurgido como leyenda urbana con garfio oxidado como mano derecha.

Pero no se deberían olvidar los aportes de la blaxploitation, cine barato hecho con y para negros que durante los 70 insertó ideas liberadoras de black power en un contexto de género. Títulos como Drácula negro, Experimento diabólico- (una especie de Fugitivos llevada al terreno de la comedia de ciencia ficción), Abby (apropiación de El exorcista) o, ya en los 90, Tentación diabólica supieron sacudir e invertir los estereotipos raciales de forma gozosamente liberadora.