Rafael Navarro regresa en una exposición que se abrió el miércoles en la Galería Pepe Rebollo: "Yo trabajo siempre en una línea, que parece volver a las mismas cosas, pero va como una espiral y parece que pasamos por el mismo sitio pero ya no lo es". Y juega con los contrarios, no sólo con todas las posibilidades del límite entre la claridad y la sombra, sino con "dejar las ideas muy abiertas, como el lenguaje de la poesía; y cuando empiezan a estar vivas es cuando el espectador interpreta. Entonces ya pueden ir solas por cualquier camino".

Navarro muestra la entrada de una cueva oscura rodeada de vegetación, que puede sugerir refugio para alguno, pero también la boca del lobo, el espacio amenazante del que pueda surgir una alimaña. La imagen en sí misma es neutra. Ninguna invitación previa al temor o al descanso. "Yo trabajo sobre las sensaciones más que sobre ideas", explica el fotógrafo.

Tiene la exposición estructurada por series de cinco fotos, más una carpeta. Dos grandes imágenes de su anterior colección Féminas sirven de introducción a la nueva propuesta: el día y la noche en el cuerpo desnudo, la guerra de fronteras entre el blanco y el negro que tanto le atrae. La realidad y el deseo.

LA LUZ SE HACE CARNE

La primera serie se llama El Sueño y muestra manos humanas y palmas vegetales lanceoladas; manos cerradas o abiertas, como el agua encerrada o suelta. Hay otra serie con los pies confundidos con los ramajes de la maleza. Y siempre los cuerpos como lugar donde la luz se materializa, donde se hace carne, superficie, límite, frontera, espacio de encuentros.

La luz amarrada en las figuras sólidas, vertiginosa en el agua e indecisa en el aire. El cuerpo femenino tendido como un paisaje (colinas y valles, cuevas y broza) o erguido como un árbol, la mirada que resbala por la luz convexa de los volúmenes para ir a desembocar inexorablemente en las zonas de sombra.

Pero los cuerpos no solo se muestran horizontales (horizontados), sino que también se yerguen como los árboles y se elevan serpientes paralelas de luz por los troncos de dos cuerpos juntos. Ondas anatómicas que templan la mirada. Una fotografía es un momento. Y Rafael Navarro tiene el secreto de esos momentos, "de tristeza, por ejemplo" que ha dejado plasmados para que de ellos nos llevemos cada cual lo que buenamente podamos.

Como ha escrito Rosa Olivares sobre este fotógrafo, la abstracción, el tratamiento de zonas, la repetición y la hibridación de formas vegetales con fragmentos de paisajes, objetos y cuerpos, ha conformado una línea de su trabajo que todavía no está totalmente mostrada y que alcanzó en Dípticos su momento álgido, pero que en la actualidad siguen desarrollándose, suavizando aristas, aproximándose a las formas de un cuerpo, de un paisaje total y absoluto que Rafael Navarro modela y define como en un juego de sombras.