Lita Cabellut lleva con orgullo su condición de gitana. La polifacética artista de Sariñena pero criada en Barcelona era hasta hace poco una desconocida para la mayoría de sus compatriotas. Afincada en La Haya (Holanda), donde tiene un estudio en el que elabora sus obras y prepara sus exposiciones, es una de las artistas más apreciadas tanto por sus pinturas con óleo sobre lienzo, especialmente sus retratos, como por sus dibujos en papel, esculturas, fotos, poemas visuales y trabajos de vídeo e instalaciones.

Entre el 2014 y 2015 saltó a la fama al ser reconocida como la pintora española más cotizada, según la revista especializada Artprice. Fue en este periodo cuando más obras vendió, solo por detrás en España de Juan Muñoz y Miquel Barceló. Concretamente, por 12 de sus trabajos se pagaron alrededor de medio millón de euros la unidad.

Infancia complicada

La confirmación de su talento llegó afortunadamente a tiempo. Pero su infancia no fue un camino de rosas, más bien el de un personaje de Charles Dickens. Siendo niña, en los 60, tuvo que buscarse la vida en Barcelona haciendo recados y pequeños trabajos. Su madre regentaba un bar de alterne y vivió con su abuela hasta que esta murió. Acabó en un orfanato de donde la rescató una familia barcelonesa de buena posición y aprendió a leer y escribir con 12 años. A partir de ese momento, su trayectoria vital dio un giro radical. «Siempre digo que he tenido dos partos, el biológico y el de mis nuevos padres», explica con un verbo culto, alegre y fluido mientras espera ilusionada su debut para hoy como escenógrafa en la ópera, en Pésaro y de la mano de La Fura, que presenta Le siège de Corinthe de Rossini.

A sus 55 años y con tres hijos de dos maridos diferentes, sigue trabajando con una pasión y dedicación entusiasta impulsada por un permanente deseo de asumir retos. Su contacto con la pintura empezó a raíz de una visita al Museo del Prado. «Voy a ser artista», dijo tras ver los cuadros de Rubens, Velázquez y Goya. «Fue un impacto tremendo», relata recordando cómo le impresionaron los dos primeros maestros y le asustaron las obras del tercero.

Pronto comprendió que no bastaba con coger lápiz y papel para dar rienda suelta a su imaginación pictórica y que necesitaba formarse. A los 19 años se trasladó a Ámsterdam con una beca. Tras un tiempo en una academia de arte, se metió de lleno en la pintura minimalista y abstracta hasta que fue derivando al realismo pintando, primero, figuras sin caras y, después, verdaderos rostros. «Con el retrato ves tanto a los demás como a ti mismo. Pero cada vez que pintas un personaje lo haces con trazos diferentes al anterior, desde otra perspectiva. En mí hay un deseo de constante cambio. Ahora mismo estoy volviendo a mis raíces, sobre todo tras esta experiencia operística, en la que he trabajado con una técnica más cercana a la abstracción».

Por sus pinceles han desfilado figuras como Coco Chanel, Frida Kahlo y Charles Chaplin, pero también gente de la calle con rostros feístas y narices u orejas grandes. «Intento mostrar lo que hay en la psique de cada persona, sacar afuera su interior», dice antes de restar importancia a su condición de líder del mercado. «El reconocimiento es necesario, pero lo importante es no renunciar a tus convicciones».

La artista, que lleva 30 años fuera de España, expresa la ilusión que le hace la exposición retrospectiva de sus 40 años de carrera, que se presentará en octubre en España, en Barcelona. «He reunido fotos de todos mis trabajos y otras artísticas. Y también estarán las 10 pinturas de este montaje de ópera y el vídeo que he hecho para La Fura», dice.

Admite que las raíces pesan mucho en su producción: «En mis obras hay muchas influencias: mis genes gitanos, los recuerdos de los peores momentos de mi niñez y de todo lo que queda archivado o no en la memoria, ya que las vivencias ocultas reaparecen cuando menos esperas», concluye Cabellut.