Son pocos pero no se sienten en minoría. Los nueve únicos alumnos de la última escuela de tauromaquia activa en Cataluña no quieren dar su brazo a torcer a pesar de la amenaza de prohibición de las corridas que pende en esta comunidad. Sobre la arena de un desvencijado campo de fútbol, ellos siguen entrenando.

Próximos a la vías del tren, en el barrio de El Gornal de L´Hospitalet de Llobregat, cada martes y jueves, estos chavales, de entre 9 y 21 años, sueñan, de cinco a ocho de la tarde, con ser toreros, a pesar de que si prospera la iniciativa legislativa popular presentada en el Parlament por el grupo Prou, Cataluña será la segunda comunidad, tras Canarias, en las que no se podrán celebrar corridas.

En la Escola Taurina, que tiene cedido uno de los campos municipales de fútbol de El Gornal, nadie paga por las enseñanzas, sólo el correspondiente seguro de accidentes. Fernando Gracia, un antiguo torero retirado, de 61 años, y uno de los dos profesores de este centro, tampoco cobra por ello.

"Los chavales no lo entienden, no pueden comprender que aquí, en su tierra, se les vaya a prohibir ejercer su profesión, sería un mazazo para la ilusión de estos chicos", explica Gracia, quien lleva dos años como profesor de una escuela de la que han salido matadores como Serafín Marín, Raúl Cuadrado o Enrique Guillén, el último que tomó la alternativa el año pasado.

Los alumnos mueven sus capotes, hacen correr el carretillo con los cuernos, junto a las porterías de fútbol. Los rostros serios cuando se les pregunta sobre su futuro. "Me parece una estupidez prohibir a la gente su derecho y su libertad de poder ir a los toros, un espectáculo público; además como profesional no me gusta, porque me quitan el derecho de poder ejercer mi profesión", explica, Alejandro de Benito, de 18 años. "Si se acaba prohibiendo me seguiré entrenando mucho, pero me tendré que ir de Cataluña para poder ejercer fuera", asegura de Benito.

¿Qué pasará con la escuela si se prohíben los toros? "Pues no lo sabemos", contesta resignado Gracia, que no quiere ni oír hablar del fin de una etapa: "No nos sentimos los últimos de Filipinas, porque ellos fueron eso, los últimos y nosotros tenemos esperanza de que la fiesta continúe, que no se prohíba".