No tiene 20 años, pero no importa, porque su público ha crecido con él. Además, sigue moviendo la cadera, bailando, cantando y encandilando al personal igual que cuando hace más de dos décadas su María nos invitaba a bailar un pasito pa’lante y un paso pa’trás. Es Ricky Martin (con bigote a lo Errol Flynn), puro espectáculo, puro show de luz, sonido y vestuario, varios, desde el traje negro a la falda plisada pasando por pantalón y camiseta granate para terminar de blanco impoluto. Él entregado, su cuerpo de baile (paritario y derrochando belleza y cuerpazos), dispuesto a lucirse y a lucir al protagonista; y el público, que ya había otorgado su veredicto antes de comenzar, quería fiesta.

Zaragoza -el pabellón Príncipe Felipe se llenó con 8.000 almas en su segunda visita a la capital aragonesa (ya lo hizo en 2007)- se volcó con el puertorriqueño desde el primer momento, porque había ganas de bailar con él, de oírle cantar y de piropearle.

Había ganas de Ricky Martin y él correspondió. Pasaba un cuarto de hora de las nueve y precedido de los músicos salió al escenario. Vestido con un traje negro, elegante, guapo, con sonrisa reluciente y dispuesto a romper el bailómetro. La primera parte la dedicó a las canciones en inglés, con Mr. Put it down, This is good (en la que ya invitó a mover las manos para que «se note el calor», dijo) o Drop it on me.

No fue hasta la quinta cuando pasó al castellano y, quien más quién menos también se animó a cantar. Adrenalina, que subió y subió con cada tema. «Esta noche hemos venido a pasarlo bien, olviden los problemas, el trabajo... Esta noche me dejo aquí el alma», fueron sus palabras. Con Livin’ la vida loca, la locura pese a cantarla en inglés.

El ritmo bajó (en un gesto premeditado) para la proyección de unas imágenes de la fundación Ricky Martin, una organización que lucha contra la trata infantil, cuyo trabajo se llevó una gran ovación. Tras la solidaridad, la calma con baladas como Asignatura pendiente, Tu recuerdo («Zaragoza no dejen de pensar en mi», pidió) o Te extraño, te olvido, te amo (canción «que he recuperado para esta gira»).

Pero el descanso duró poco. Con el cabaret de Adiós y con Vente pa’ca, de su último disco, Ricky Martin muestra al hombre que es hoy, una canción que volvió a levantar al público de los asientos. Y ya hasta el final, sin parar de bailar, mostrándose más cómplice que nunca, dedicando el concierto a Venezuela. Sonó una mezcla de Lola, María, La bomba, Por arriba, por abajo (con competición incluida entre el pabellón) y, para terminar, La copa de la vida y La mordidita, que sirvió de despedida; que dejó al público con ganas de más baile y que demostró que Ricky Martin se ha sabido adaptar a los nuevos tiempos.