Aunque es difícil imaginarlo por la potencia de la literatura porteña, Argentina no es solo Buenos Aires. Las zonas despobladas que históricamente fueron la semilla de su literatura también existen. Como La Pampa. O como la región del Norte. Hoy en la periferia se están escribiendo historias que nada tienen de folclóricas o costumbristas. La globalización ha llegado a esas provincias argentinas y ha conseguido que sus jóvenes escritores adopten una mirada moderna y, en cierto modo urbana, para retratar, por ejemplo, una geografía que nada tiene de complaciente.

Es el caso de Mariano Quirós, nacido en Resistencia, provincia del Chaco, en el Norte, que gracias a su cuarta novela, Una casa junto al Tragadero, ha logrado el 13º Premio Tusquets de novela. La obra se sitúa en un territorio selvático cerca del río Tragadero adonde llega el protagonista después de sufrir un problema -amoroso o familiar, no se especifica- que le lleva a un destierro voluntario en la naturaleza, aunque luego esta no se revele como un lugar precisamente acogedor, en el que la supervivencia se vive como una aventura dolorosa. Y es que la novela tiene mucho de libro de aventuras, aunque su construcción sea muy literaria.

«Me considero un urbanita -explica el escritor, mientras está muy pendiente del teléfono porque en los próximos días va a ser padre primerizo y tiene que llegar a tiempo a Buenos Aires, donde reside ahora-. Resistencia, que es donde he vivido hasta hace dos años, es una ciudad pequeña pero muy urbana y bochinchera (palabra que merece traducción: algo así como bulliciosa), pero si te alejas unos 20 kilómetros de allí se abre un abismo de silencio. Aquello es otro mundo».

Esa es la distancia que recorrió un amigo del autor, artista plástico, para llegar a la cercana Colonia Benítez y seducir al escritor con el relato de la congoja que sufría por el traslado a un lugar donde los sonidos más fuertes que podía escuchar eran el canto del zorzal o el aullido de un mono perdido.

«Una de las historias que me contó -cuenta Quirós- fue precisamente la de Tragadero, un río que devora las cosas, que se las traga. Hace años, las cabezas de ganado que pasaban por allí se las llevaba el río y los peones que las conducían quedaban perdidos por la zona sin poder salir, como fantasmas desquiciados, temiendo acudir al patrón que probablemente les haría pagar con su vida el ganado perdido». Así que se aferró a eso para tirar del hilo del relato.

EL MUDO QUE DIBUJA / En ese entorno, y aunque confiesa no tener la menor cualidad práctica para apañárselas en la naturaleza, se imaginó a su protagonista, El Mudo, un hombre que ha decidido no articular una sola palabra y, en caso de necesidad extrema, hacer algún dibujo para expresar sus sentimientos. Los dibujos, realizados por el propio Quirós, forman parte de la obra.

El contrapunto de este personaje silencioso es Insúa, el dueño del almacén de la zona que le enseña habilidades de supervivencia y le relata abrumadoras historias misteriosas. «Podría decirse que el realismo de la novela es bastante desquiciado y perturbado. En mi provincia y en el interior de Argentina, en general, proliferan los mitos y las leyendas y yo he abordado muchos de ellos en otros libros. Pero he querido darle otro tono que lo aleje del folclorismo, un tono atravesado por mis lecturas que termina haciendo la historia más viva».

Y ahí se acuerda de Mempo Giardinelli, el inventor de la literatura moderna en el Chaco. Él le abrió un camino que ahora Juan Marsé, Almudena Grandes, Antonio Orejudo y Daniel Ruiz García, miembros del jurado, han sabido detectar.