Cada uno de su sitio; cada uno con su cante. Para que luego digan. Ya lo advirtió Fosforito: «El flamenco lo hacemos los cantaores». Amén. Ella, la voz larga de soledades que trasciende la soleá, de Barcelona; él, el ímpetu de la juventud y la impronta arrebatadora familiar, de Granada. Juntos, Mayte Martín y Kiki Morente, pero no revueltos, abrieron el jueves en el Teatro Principal cesaraugustano una nueva edición del festival Flamenco Zaragoza.

Cerró Mayte y abrió Kiki. Cerró Mayte con un programa muy similar a aquel con el que nos conmovió hace dos años en el Centro Cívico Delicias, pero con resultados diferentes. De entrada, en 2016 la cantaora vino acompañada por el muy notable guitarrista Salvador Gutiérrez, y el jueves acudió con Alejandro Hurtado, un tocaor limpio pero insulso, melódico pero sin rasmia. Justo lo que no necesitaba una Mayte Martín que se mostró con un perfil emocional bajo. Profesional y cumplidora (aunque se lo proponga es imposible que cante mal), sí, pero alejada de esa artista que suele pasearnos por todos los colores del sentimiento, por todos los recovecos del arte, por las venas abiertas del flamenco. Lástima. Rosa si yo no te cogí / fue porque no me dio ganas / al pie del rosal dormí / y rosas tuve por cama / de cabecera un jazmín. Así, por granaínas, en claro tributo a Antonio Chacón, comenzó Mayte su actuación que siguió por peteneras y soleá, tramo este último en el que vimos un par de destellos de la mejor cantaora. Luego vinieron seguirillas y unas cantiñas interpretadas más que con el alma rota que con el corazón latiendo a buen ritmo. Se despidió con un bis en tiempo de bulería, donde enganchó, como suele hacer, la copla Romance de la reina Mercedes, con el bolero machiniano Un compromiso.

Hijo de su padre (natural y artístico), como decía el título de una canción de Chicory Tip, y fiel imagen, cuando menos visto desde una distancia media, del Dylan trajeado de los años 60, Kiki Morente es el cante presente hecho futuro. Lleva pisando los escenarios desde muy joven (joven sigue siendo), pero solo recientemente se ha atrevido a grabar su primer disco. Ha sido el motor de arranque para su carrera en solitario. Conocedor del mejor paño flamenco y avezado discípulo su progenitor, Kiki tiene control del compás, poder en la voz, talento en la cabeza y audacia para el riesgo. Su forma de abordar los cantes, sus juegos con los cambios de tonalidad, sus búsquedas de las aristas del palo que corresponda recuerdan inevitablemente al gran Enrique. Pero Kiki quiere brillar por derecho propio. Y lo hace. Y lo hará mucho más cuando las tablas le desgasten las suelas de sus nuevas y lustradas botas. En el Principal tuvo un par de aliados impagables: el jovencísimo guitarrista David Carmona, que reúne en su toque la sabiduría de los mejores instrumentistas amasada con pulsación de blues, y Pedro Gabarre Popo, percusionista que trasciende el flamenco sin que su esencia se evapore.

Empezó Kiki su turno por cantes libres, pero ofreció también caña (El pensamiento me anima, justo la que cantaba su padre), tangos-tientos, seguirillas... Y además una peculiar revisión de Hallelujah, de Leonard Cohen, echando él mismo mano de la guitarra acústica, acercándose más a Pat Metheny que al rock. La sombra de Morente (Enrique) como la del ciprés, es, afortunadamente, alargada. Lo que no implica que Kiki no quiera plantar su propio árbol.