Zaragoza es protagonista de la primera novela de Óscar Bribián, un joven autor aragonés al que hay que seguir con atención.

Sus primeros relatos, algunos de ellos recogidos en destacadas publicaciones por editoriales como Mira o Rey Lear, ya advertían de su facilidad para narrar episodios de intriga o acción. El salto a la novela no ha sido, por tanto, más que una aplicación natural de sus evidentes facultades.

El sueño del depredador, título de su nueva ficción, editada por Versátil (donde han publicado otros autores tan interesantes como Claudio Cerdán, Empar Fernández o Vicente Garrido) y recién presentada en la capital del Ebro, nos propone un formato de novela negra prácticamente canónico. Con policías reales, con casos reales y con atmósferas igualmente reales, no en vano Bribián es, en la vida real, un policía acostumbrado a vérselas con ese tipo de circunstancias y atmósferas.

Zaragoza, como les decía, se convierte en el escenario de una investigación que no puede empezar de una manera más singular, con dos cerdos muertos en el maletero del coche de un rumano. Los problemas se acumularán cuando se practique la autopsia a los animales, para descubrir un dedo humano en la tripa de uno de ellos. A partir de ahí, el inspector Santiago Herrera y la subinspectora Laura Beltrán tendrán que ponerse las pilas para desvelar las raíces y soluciones de un caso que se irá complicando a medida que tornan las páginas y los capítulos de El sueño del depredador.

Según vaya avanzando la trama, el lector irá asimismo sabiendo más cosas y detalles de las vidas de los protagonistas. El realismo de la narración hará que nos sintamos en el interior de una comisaría, trabajando codo con codo con los investigadores, familiarizándonos con sus graduaciones y responsabilidaes, con los cometidos de jueces y forenses, sus medios de trabajo, rutinas, carencias, etc.

Pero, además de documentarnos y situarnos certeramente en la realidad y actualidad policial, la novela de Bribián nos atrapará desde un principio por la singularidad del enigma planteado y por sus recursos escénicos y literarios.

Bien escrito, con pulso y ritmo, el argumento apuntará también hacia los trasfondos de la naturaleza humana, hacia los sótanos donde alientan nuestros monstruos, como ese depredador que se anuncia en el título.