La vida de Francis Scott Fitzgerald fue como un cuento de Scott Fitzgerald. Chispeante y glamurosa en la superficie, pero a poco que profundices se atisba el peligro de la caída, la oscuridad hacia la que se deslizó la mayor parte de su vida. Así fue el recorrido. Esos inicios despreocupados en los que contó con el amor incondicional del público, y no gracias a El gran Gatsby, esa novela perfecta que no vendió nada, sino por A este lado del paraíso, su prematuro y vertiginoso debut con 24 años.

Ahí radica su pecado original. La tentación del resplandor de la riqueza. El champán y su oscuro revés alcohólico. La enfermedad mental de Zelda, la chica dorada que se casó con él. El dilapidar el talento por lograr el aplauso fácil. A finales de los años 20 -una década de la que sus libros son la ilustración perfecta- ya era un juguete roto para los lectores. Pero no para sí mismo. En esa oscuridad siguió escribiendo algunas de sus grandes novelas, se murió de asco en Hollywood y diseccionó su caída gracias a Crack up, un estremecedor libro autobiográfico que solo vio la luz póstumamente.

A casi 80 años de su muerte, y cuando el reconocimiento del autor no ha bajado un milímetro de la cresta de la ola literaria desde los años 50 -murió en 1940 convencido de haber fracasado-, la aparición de un nuevo libro del autor de Suave es la noche supone una gran noticia. Moriría por ti y otros cuentos perdidos reúne 18 relatos inéditos. Once procedentes del archivo que Zelda y Scottie Fitzgerald, la esposa y la hija del autor, cedieron a la Universidad de Princeton y otros siete más descubiertos entre otros documentos familiares en el 2011. Todos han sido recogidos por la editora y prologuista Anne Margaret Daniel, que además ha enmarcado todos los pormenores de cada uno de los cuentos, las circunstancias en las que se escribieron y la luz que proyectan en la obra y la vida de su autor.

La edición de Anagrama ha sido traducida por el escritor Justo Navarro, buen conocedor de Fitzgerald, quien hace unos años abordó una magnífica versión en castellano de El gran Gatsby. «Este libro me ha descubierto un Scott Fitzgerald inesperado. Estos cuentos tienen un trasfondo de incomodidad última que no existe en muchos de sus relatos publicados en vida», valora Navarro, que asegura haberse reído y deprimido mucho con ellos.

Después de la recopilación en los años 50 de sus relatos más mercantiles bajo el título de El precio era alto, estos otros cuentos, Moriría por ti, serán posiblemente el último de los rescates del autor. Se escribieron en la década de los 30, excepto el primero, el divertido y ligero El pagaré, fechado en 1920. Y todos ellos fueron rechazados por los editores de las revistas por una causa u otra, bien porque no llegaban a los estándares de calidad o bien, y sobre todo, porque no se ajustaban a lo que el público solía pedirle: la alegre irresponsabilidad de los felices años 20, cuando por un solo cuento podían pagarle 4.000 dólares (lo que podría traducirse hoy en día por unos 60.000 dólares).

HUMOR PESE A TODO / En todos los casos, y pese a que llegó a modificar y reescribirlos, los cuentos llegaron a un estado definitivo marcado por sus propias exigencias y no las de los editores, de ahí que acabaran en el cajón. «A pesar de las adversidades, estos relatos no pierden nunca el peculiar humor de su autor, próximo en ocasiones a los gags característicos del cine mudo», explica el traductor. Sorprende su ligereza cuando gran parte de ellos fueron escritos en plena depresión económica -lejos ya de las generosas tarifas del pasado- mientras él, no menos depresivo, languidecía en varios hoteles cercanos a los caros sanatorios donde Zelda trataba su esquizofrenia. «Solía escribir para mí, ahora escribo para los editores porque nunca tengo tiempo para pensar realmente lo que me gusta», confesó entonces el escritor, acuciado por las deudas, a su agente Harold Ober. Sin embargo, en esa época fue capaz de abordar, por ejemplo, el elegíaco y revelador Regreso a Babilonia (1931), un cuento que Harold Bloom estima tan logrado como El gran Gatsby y que, sorprendentemente, pese a su tristeza, fue bien recibido. Como dice la prologuista Anne Margaret Daniel: «Él sabía muy bien cuál era su mejor literatura y qué era la literatura barata, como él la llamaba. Fitzgerald nunca se engañó a sí mismo ni engañó a nadie».

Estos relatos extraños, a medio camino entre el compromiso comercial y el rigor literario, también se nutren de las amargas estancias del autor en Hollywood, adonde acudió en tres ocasiones siempre en busca de dinero, con el sentimiento de estar prostituyéndose artísticamente. Tres de estos relatos no son tales, sino esbozos narrativos escritos con elegancia de películas que no llegaron a rodarse. «La tensión entre la literatura y el cine es uno de los elementos que enriquecen estos cuentos -dice Navarro-. Esa tensión se plantea también en historias que se cuentan como si viéramos en una película la realidad narrada. Es notable el sentido del riesgo y de la experimentación de algunos de estos cuentos».

De acuerdo, quizá estas narraciones perdidas no lleguen a formar parte de una antología de los mejores relatos del autor. Pero la peor de ellas siempre contiene alguna iluminación. Daniel lo resume: «La delicadeza y precisión, las frases lapidarias y el elegante lenguaje que asociamos con la prosa del primer Fitzgerald, se conservan en lo mejor de estos cuentos. [...] perdura una fascinación por la belleza de las personas, lugares y cosas».