Después de 26 años de gestación, Martin Scorsese da a luz su último proyecto, Silencio, basado en el libro homónimo de Shusaku Endo, que cuenta las tribulaciones de dos jesuitas portugueses en el Japón del siglo XVII. Los misioneros jesuitas viajan al archipiélago asiático para encontrar a su mentor, desaparecido sin dejar noticias desde hace años. Allí encontrarán un país hostil hacia los cristianos y serán perseguidos y martirizados hasta hacerles renunciar a su fe. A sus 75 años, el diminuto, energético, elocuente y oscarizado Scorsese reconoce que no estaba preparado para escribir el guion cuando compró los derechos de la novela en 1991. «Trataba de entender mejor el libro, porque las últimas 30 páginas eran todo un misterio para mí», relata el director.

-¿Merece la pena dedicar tanto esfuerzo y tiempo a un proyecto?

-Esta pregunta me la hacía yo cada día (ríe). Primero tuvimos problemas con el primer propietario de los derechos de adaptación, Vittorio Cecchi Gori, que se metió en política y acabó en prisión. Más tarde, durante el rodaje de Gangs of New York, este proyecto volvió a resurgir, pero hubo que retrasarlo porque yo estaba metido en esa filmación, pero aun así seguía leyendo el libro y tomando notas. En el 2006, por fin me senté con Jay Cocks y escribimos el primer borrador, pero fue el momento de la crisis y volvíamos a estar sin gente que financiara el proyecto. Por fin, en el 2009, nos pusimos manos a la obra con el casting, las ubicaciones, etcétera. Mientra, yo tenía que ocuparme de mi familia y de otros proyectos y ahí es cuando me preguntaba si merecía la pena.

-¿Cuánta presión siente cada vez que empieza un proyecto?

-Mucha, pero no me puedo quejar (ríe). Hago todo lo que puedo y lo mejor que sé, con pasión y con la esperanza de que guste mi trabajo, pero llega un punto en el que no puedo leer o escuchar las opiniones de todo el mundo, si lo hiciera no avanzaría. Me concentro en hacer mi trabajo en el tiempo que me han concedido. Es un problema cuando la gente espera ciertas cosas de ti y tú decides ir por la otra vía.

-En Hollywood existe esa lucha entre negocio y arte. ¿Ha sido capaz de salirse con la suya?

-El negocio siempre ha sido lo más importante, sobre todo en los últimos 30 años, pero yo me considero bastante afortunado porque en algunos casos he podido arriesgarme y hacer filmes que no eran necesariamente comerciales. He contado con el apoyo de actores como Robert De Niro y Leonardo DiCaprio que han creído en mí. Filmes como Malas calles o Taxi Driver se hicieron con muy poco dinero, pero en esos casos es donde más aprendes a utilizar otros recursos. Hay que tener fe para seguir adelante cuando no se tienen todos los recursos. Hoy en día, con las nuevas tecnologías, los cineastas pueden expresarse sin necesidad de perseguir a ningún multimillonario para que financie tu película.

-Hablando de fe, usted creció en una familia católica e incluso pasó por el seminario, pero acabó siendo cineasta.

-Mi vocación me llevó por otros derroteros. Cuando estaba en el seminario no sabía muy bien lo que significaba tener vocación, aún trato de entenderlo. Parte de mi vida ha sido una búsqueda continua. Primero en el seminario, preparándome para ser cura con el padre Princhip. Yo quería parecerme a él, actuaba con compasión y al mismo tiempo con firmeza, porque las calles donde vivíamos eran muy duras. Pero me di cuenta de que no puedes dedicar tu vida a una vocación solo porque admires a otra persona, tiene que salir de ti y eso es lo que siempre estuve buscando, incluso en La última tentación de Cristo. Curiosamente fue en el estreno de esta cuando el arzobispo de la Iglesia Episcopal de Nueva York, Paul Moore, me dio el libro de Silence tras una conversación sobre la fe. Todos esos pensamientos me vinieron cuando decidí sentarme a escribir el guion. Hacer esta película ha sido como un peregrinaje para mí.

-Parece que buscara la absolución y la redención, ¿me equivoco?

-No. Ambos son elementos constantes en mi vida, siempre los he buscado, lo cual puede parecer extraño. ¿Cómo puede un director de cine, que muestra sus trabajos en público, hablar de redención cuando no todo el mundo cree en ello? Es parte de mi cultura, son pensamientos que no me abandonan. La película está terminada pero en mi corazón la historia sigue sin resolverse, por eso al acabar dejo que finalice la música y permanezca el silencio mientras siguen los títulos de crédito. Lo mismo hice con Toro salvaje, cuando Jake se mira al espejo aceptándose antes de que Dios le perdone. A mí me pasa lo mismo.

-Tengo entendido que mostró la película al Papa y a la comunidad jesuita en el Vaticano.

-Fue una experiencia muy interesante porque levantó un gran debate. Por ejemplo, el padre Daniel Wong, de origen asiático, habló de cómo los jesuitas llegaron a Asia cargados de pasión y gran celo por sus enseñanzas pero, al mismo tiempo, usando la violencia en su insistencia por monopolizarlo todo, imponiendo que su verdad era la única y haciendo caso omiso a las creencias que los habitantes de esa parte del mundo habían tenido durante siglos. No sorprende que fuera percibido como un acto de colonialismo entre los japoneses de la época. La cristiandad en Asia aún no se ha recuperado del efecto de la evangelización colonialista.

-Parece que las cosas no han cambiado mucho, seguimos con las guerras de religiones causadas por el fanatismo y los intereses económicos.

-Es curioso que esta película, después de tantos años de gestación, se estrene en un momento en el que volvemos a hablar de nacionalismos y proteccionismo. Entiendo las razones por las que los países se quieren proteger, pero no a base de enfrentarse unos a otros. En vez de tratar de entenderno, nos cerramos en nosotros mismos y nos volvemos temerosos del prójimo por el hecho de que hable otra lengua, tenga otra cultura y otro aspecto físico. Para complicarlo más, la religión toma el protagonismo y todo se hace porque lo manda Dios.