Tocaría hoy en este espacio la consabida carta a los Reyes Magos, repleta de esperanza en el futuro. Pero la lectura del número especial de la más veterana revista gastronómica española, Club de Gourmets, que conmemora nada menos que sus 500 primeros números, ha sumido al firmante en la dura realidad. Opinan allí ochenta especialistas acerca de ‘el futuro de la gastronomía, 2018-2025’, ochenta respetados profesionales de los que ninguno es aragonés o trabaja aquí.

Si aplicamos la norma del 3 %, que viene a ser el peso de Aragón en el total del país, deberíamos tener 2,4 conciudadanos. Dando por válida la presencia del Global marketing director de González Byass o del director general de Gil Family Estates, con bodegas en Aragón como el 0,4, nos faltarían dos aragoneses.

Y no será por falta de notables cocineros, especialistas en vino -dos masters of wine en Aragón, de los tres presentes en territorio nacional-, sumilleres -ni siquiera Guillermo Cruz, pero sí su compañero el jefe de sala de Mugaritz-, productores, periodistas, eruditos y escritores, etc.

Apenas somos visibles y no será por falta de recursos -sin estrategia definida, eso sí- en pasados años y desde diferentes instituciones. Estamos, vamos a los sitios, hacemos ruido en ocasiones… pero la trufa y las setas siguen siendo sorianas; el azafrán, manchego; la caza, castellana y la borraja y el ternasco apenas los conocen más allá del Ebro.

Y tenemos buenos restaurantes -también vulgares y pretenciosos, no nos engañemos-; materias primas, que apenas sabemos colocar en los mercados; eruditos y profesionales del teclado casi clandestinos… No nos ven, o no nos mostramos.

De ahí la única petición para los magos de Oriente -cuyos poderes vamos a necesitar-, visibilidad del trabajo que se está haciendo en esta tierra. Que no será el más vanguardista, ni el más original, ni siquiera el más sabroso, pero suele ser sincero y eficaz. Y si los de Oriente no pueden, que nos ayuden los magos aragoneses, que a esos sí se les ve.