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Wonder...

Todd Haynes

Aunque se trate de un cuento infantil que transcurre en dos tiempos, 1927 y 1977, y que en la primera época restituya mediante el blanco y negro el fin del cine mudo y en la segunda conecte con la narrativa silente de aquel periodo al tener como protagonista a un niño que se ha quedado sordo, Wonderstruck. El museo de las maravillas no es una película diferente a otras de Todd Haynes.

No tiene la cualidad melodramática (tonal y argumental) de Lejos del cielo, Mildred Pierce y Carol, pero sí la poética fantástica de Poison, Safe e incluso sus dos películas sobre mitos musicales, Velvet Goldmine y I’m not there. Parece más sencilla, pero en realidad resulta igual de compleja y estimulante.

Las dos historias se relatan en paralelo, aunque muchos elementos de una y de otra van coincidiendo, como si los pliegues del tiempo, esos 50 años que hay de diferencia, fueran acercándose. La niña de 1927 es sordomuda y busca en Nueva York a su madre, una estrella de cine. El niño de 1977 ha perdido el oído debido a un accidente y busca en la misma ciudad el rastro de su padre. El museo de Historia Natural, el museo de las maravillas, será el punto de encuentro definitivo de estas dos historias.

Haynes no solo restituye muy bien las dos épocas mediante la fotografía, sino que las hermana a través del sonido o la inexistencia del mismo para los dos. Los personajes deben expresarse por gestos. El director no abandona el ruido incidental y la música en ningún momento, pero narra a partir de esa misma gestualidad. En un bello gesto final, que engrandece la producción, los créditos están expresados mediante el lenguaje de los signos. QUIM CASAS